miércoles, 8 de agosto de 2012

La ventana del tiempo. ( Relato).

Desde el cómodo sillón en el que se sienta, puede ver los árboles, escuchar el piar de las aves anunciando el día y contemplar un trozo de cielo.
Era o fué Miguel, un hombre de campo. Trabajador incansable, nunca se paró a contar las horas que la tierra le pedía. Antes del amanecer ya estaba en pié, con la formalidad de quien no se hace esperar.
Tras el desayuno, que normalmente consistía en una taza de café, - que en realidad era achicoria-, un pedazo de pan con tocino y un vasito con dos dedos de vino, marchaba con el zurrón ya preparado la noche anterior.
Tres hijos le dió Salvadora, su esposa, a la que amaba profundamente.
Era Miguel hombre de poco mimo, no era cariñoso con las palabras, pero los gestos de su corazón hablaban por él. Era también persona siempre presta a cualquier ayuda solicitada.
Salvadora, era una mujer menuda, pero inversamente proporcional a su estatura, era su fortaleza. No se achicaba ante las incomodidades y problemas que se presentaban dentro de aquellos austeros tiempos. Por las mañanas, lo mismo que Miguel, temprano estaba en pie; pasaba primero a recoger los huevos de la puesta y dar de comer a las gallinas, limpiar las conejeras y preparar la ropa de los chicos que, en bicicleta, iban a la escuela muy bien repeinados.
Luego , a lavar la ropa, almidonando sábanas que quedaban blancas como la cal y tiesas como la tiza. Las tardes las empleaba en zurcír calcetines y coser los sietes que traían los mozuelos en los pantalones.
Arrendó Miguel, junto con su cuñado, unas tierras en las que plantaron melones. Ocurría que, curiosa y misteriosamente, menguaba la cantidad de estos frutos redondos a la par que menguaba la luna, así que, no les quedó más remedio que levantar una barraca en medio del melonar.
La construyeron con albardín, e hicieron de ella su garita de vigilancia. Allí pasaban el verano, custodiando sus melones.
Miguel era muy hábil haciendo canastos de mimbre y esparteñas . En cuestiones culinarias, era mañoso él, hacía unas gachasmigas que, si encanto daba de verlo, más daba comerlas.
Tenía el mismo arte tocando la guitarra y cantando joticas, que Salvadora bailándolas y rezando Rosarios.
Esa era la sencilla y trabajadora vida de una pareja que vivió en un tiempo dónde, sin comodidades , sin lujos y sabiendo lo que cuesta cada cosa, era felíz.
Ahora Miguel, ya sin su Salvadora, cómodamente está sentado en el confortable sillón de la hermosa casa de su hijo, pero , ya no es lo mismo.
                                                               
             n. de la a.
Este relato, contiene un noventa y cinco por ciento de realidad, un cinco por ciento de imaginación, y un cien por ciento de amor hacia mis bisabuelos.                                                                                    

2 comentarios:

  1. Magnífico escrito. Te felicito, estimada amiga MARÍA JOSÉ. SALUDOS.

    ResponderEliminar
  2. Hola Jop, gracias por haberte pasado por este rinconcito y detenerte en este relato, son recuerdos que me contaba mi madre, ya que en aquella época yo no había nacido, pero sí conocí a mi bisabuela y de ella tengo su imagen en mi memoria y en mi cariño, a pesar de que solo tenía cuatro años cuando ella se fue.
    Es curioso como siendo pequeños conservamos intactas imagénes y momentos, ¿verdad?.
    Saludos, amigo.

    ResponderEliminar