Me hallo ante un dilema, señor mío,
pues antes de veros, ya os amaba,
érais presencia de un delirio que porfío,
de un querer que sin serlo, yo cantaba.
Pedíale a una margarita mi destino,
robándole sus pétalos, confiada,
esperando una respuesta, un desatino,
de dudas, la flor no me sacaba.
Y ahora que os he visto ya comprendo
cuál es la dimensión de mi existencia;
he nacido para amaros, aún sabiendo,
no ser correspondida, mi sentencia.
Mas mi dicha, a la vez, es conoceros,
y si he de presumír lo haré sabiendo,
que mi única virtud, es la de amaros.
La mejor margarita para estos casos es la presencia física de quien creemos amar.Allí está todo claro.
ResponderEliminarAunque a veces el amor no sea correspondido.
Te dejo un abrazo Mª José.
Es cierto, Jero, deshojar margaritas nunca ha funcionado, es mucho mejor entregar un ramo o una sóla de ellas, en la mano.
ResponderEliminarGracias por tu compañía, amigo.
Te envío un abrazo.
Cada día te superas, tu poesía es genial. ¡Qué te voy a decir? Me fascina.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias nuevamente por el apoyo de tu comentario, Era.
EliminarEs un gusto tu compañía.
Besos amiga.