martes, 30 de abril de 2013

Una tarde en el parque.

Ella tenía el cabello
como sol rojo, ondulado,
que caía por toda su espalda
en rizos desordenados;
los ojos, de un verde claro,
llenos de agua de luna,
 un bosque donde perderse
sin miedo, sin prisa alguna;
y él, hombre-muchacho,
rodeaba con ternura
el círculo prodigioso
de aquella fina cintura.
Así los veía yo
aquella tarde en el parque,
y también todos los cisnes
románticos del estanque.
Y de repente dos besos
se dieron en las mejillas,
y un brillo se dilató
dentro de sus pupilas.
Mirando atrás en el tiempo
mucho tiempo, tiempo atrás,
recordaba el primer beso
que a mí me fueron a dar.
Qué lejana sensación
la de aquel beso escondido
no más salir del cascarón,
apenas éramos niños.
-Que no se pierda el amor,
que es muy grande Majestad,
es...como los campos en flor,
es...como una nube de gas
que no pesa pero abriga,
clave de eternidad-
Años después de esa tarde,
la muchacha de ojos nobles,
la de cabellos salvajes,
y el muchacho ya hecho hombre,
volvieron de nuevo al parque,
con un niño entre los brazos
vestido de marinero,
y dos almirantes blancos
se le asomaban presos
por su anillito de labios
No digan que no es hermoso
el resultado de amar,
aquel bebé tan precioso
o la sensación de flotar
en los brazos amorosos
de una nube de gas.

 
 

 
 
 


2 comentarios:

  1. Definitivamente,se te dan bien los romances.
    Una bella historia de corte romántico con sus cisnes y todo.
    Bello María José.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  2. Me alegro que te haya gustado, muchas gracias por leerlo y dejarme tu comentario.
    Un abrazo Jero.

    ResponderEliminar