miércoles, 15 de mayo de 2013

La niña gitana.

¿Llevaba en su frente un estigma o un brillo de antiguas navajas?. ¿Es por eso que la miraban de aquella manera?-con recelo-.
Era su pelo negro como la noche y sus ojos un eclipse de luna llena, con alguna estrella reflejada en el fondo de su mirada.

Yo, hastiada de tanta hipocresía hecha raíz, tanto corazón de esparto y teniendo en mi mano el tiempo de labranza de aquellos niños, no podía permitír que sus almas blancas fueran salpicadas por prejuicios raciales. En mi patio no, no en mi colegio.
Los observaba en el tiempo del recreo, pedí voluntariamente ser quien vigilara a los infantiles y aquella niña, deambulaba por el patio, sin una mirada amiga. Pero yo sentía que tampoco la buscaba, tal vez ¿tendría que ser del mismo color de sus ojos? y si otros ojos no la miraban ¿qué mal podría hacer ella?, ¿tendría la culpa de no llevar los mejores pantalones conjuntados con una estupenda camiseta, las deportivas de última moda o la más popular de las mochilas?.
Una tarde lluviosa y melancolica fue el detonante para romper esquemas y prohibiciones.
Eran las tres y media de la tarde y aquella clase de plástica sería muy diferente, íbamos a modelar la amistad, los valores que cada chiquitín de mi clase llevaba dentro; íbamos a abrir la puerta de la diversidad.
Propuse a mis alumnos una clase de teatro real, es decír, cada uno de ellos saldría a demostrar qué se le daba mejor hacer. Para uno, eran los puzles, para otro narrar cuentos, alguno contaba chistes, varias niñas bailaban ballet, para otros era jugar a la pelota; uno de ellos preparaba muy bien los aparejos para la pesca, dibujar, los trabalenguas, cantar..., cada uno mostraba sus aptitudes. Incluso bajamos al patio para comprobar la destreza de los ocho futbolistas que tenía sentados en el banquillo de clase. Mi niña morena, en su momento, nos dijo que lo que más le gustaba era cantar y bailar flamenco y nos demostró a todos el cascabel de su arte.
Después de aquellas clases magistrales no volví a verla sóla .
Así empezaron a conocerse unos a otros mucho mejor, por que, cuando no existen las debidas presentaciones, los adultos tenemos la obligación de unír manos, romper vacíos, fomentar la amistad, motivar... El mundo es tan diverso que no tendremos lugar jamás de conocerlo todo, pero, el no por el no, nunca será maestro de nada, no hará sino alargar distancias. La vida marcará después las diferencias personales que cada uno haya de labrarse así mismo, pero la escuela está para enseñar además de (...), amistad, igualdad y respeto.
La diversidad debe ser nexo de aprendizaje, no punto de inflexión.

Fin.

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