miércoles, 3 de julio de 2013

Cariño, ¡que nos vamos de viaje!

A falta de media hora para el embarque, los pasajeros esperaban con las maletas de mano a subír en el avión.
Ana y Lorenzo se disponían a la aventura de su primer viaje aéreo. Los nervios de la mujer eran diferentes a los de él, cosa que se hacía presente en la sudoración de aquellas manos masculinas y un tic nervioso en su ojo derecho.

-Lorenzo, hijo mío, cálmate que nos vamos de relax, no a sufrír.
-Pues ya podíamos haber elegido el viaje en tren, tú con tu manía del avión..., a mí me gusta tener los pies sobre la tierra y si tardamos más da lo mismo, no tenemos prisa.
-Ay qué hombre, anda, relájate que a Canarias no llega el tren.
-Pues podíamos habernos ido a Benidorm, que no será porque allí no hay playas...
Fueron pues, entrando en el avión y ocupando los asientos designados, previa bienvenida de las amables azafatas que les ofrecieron caramelos.
-¿Prefieres el lado de la ventanilla?- preguntó Ana a su marido.
-No, no, mejor siéntate tú que disfrutarás más que yo de las nubes.
-¡Ay, si es que es más guapo!- y dándole un apretón en las mejillas le espetó un beso.
El Comandante se presentó a través de megafonía dando la bienvenida al pasaje e indicando la hora aproximada de la llegada a las Islas. Tenía acento francés y una voz joven.
-Espero que a éste hombre no le hayan dado el carnet hace dos días,- dijo Lorenzo.

-Qué cosas tienes...y además, si así fuera, a alguien le tocaría estar en sus primeros vuelos, digo yo.
Oiga, señorita -dijo el hombre al paso de la azafata- haga usted el favor de decirle al piloto que se corte un poco y no corra mucho. La azafata le devolvió una sonrisa grande y, poniéndole la mano en el hombro, le advirtió que allí no se corta más que el aire.
-Pues si que me deja usted tranquilo!...
El despegue fue muy suave, la carita de Ana era toda ilusión y Lorenzo, siguiendo las instrucciones de abrochare los cinturones, así lo hizo, incluso se apretó algo más el de sus pantalones, por si un caso.
Sin tan siquiera tiempo a sentirlo ya estaban tomando altura, Ana no quitaba la vista de la ventanilla; todo se iba haciendo cada vez más y más pequeño y al mismo tiempo, la tierra más y más grande en extensión, un truco de la altura, hasta que la perdió de vista para sumergirse en el azul del cielo.
A medida que pasaba el tiempo, a Lorenzo se le notaba más relajado; el tic desapareció y hasta se sumió en una ligera somnolencia. Ana lo miraba de reojo de vez en cuando y le acariciaba la mano. -Qué suerte haber dado con un hombre así-, pensaba para sus adentros, treinta y cinco años casados y estaría unida a él cincuenta más, ¡qué digo cincuenta!, ¡volvería a nacer sólo para encontrarlo de nuevo!.
-Qué suerte que nos haya tocado este viaje a Canarias, estoy loca por llegar allí y montar en camello, a Lorenzo le va a encantar...

                                                                     II

Excepto por la imaginación de Lorenzo, el viaje transcurrió sin novedad. Aquella ligera somnolencia acabó en sueño, sin embargo, agitado por las ligeras turbulencias en las que entró el avión, el subconsciente de éste hombre entró en acción.
Soñó que un ala del aparato se había desprendido y caían sobre el Atlántico, pero, gracias a su pericia como piloto, maniobró un perfecto amerizaje que salvó a todo el pasaje. Tres días después, habría de contarle a su mujer la maestría de tan imaginaria hazaña.

Cuando aterrizaron y desembarcaron, una banda de músicos los esperaban a pie de pista. Ana, cogida del brazo de su esposo, caminaba al compás de aquella melodía.
-¡Pero mira que recibimiento, ay que detallazo!. Minutos después, comprobaron que uno de los pasajeros, era el padre del director de aquella banda y el protagonista de tan notorio agasajo en el que todos los turistas participaron. Fue bonito.
-Ahora toca recoger las maletas, vamos corriendo no vaya a ser que se nos extravíen.
Se dirigieron a la cinta transportadora prestando mucha atención puesto que había infinidad de maletas iguales. Ana tuvo la precaución de marcar la suya con un pañuelo rojo anudado al asa, pero no consiguieron localizarla hasta dos vueltas después.
-Hale Lorenzo, vamos a tomar un taxi que nos lleve al hotel- Y se encaminaron a la salida.
Una pareja de policías rondaba por la terminal con un pastor alemán; evidentemente la seguridad tiene que garantizarse en un lugar con tanta afluencia de gente. Las dos parejas se cruzaron en el trayecto y, al pasar el perro junto a la maleta, comenzó a olisquearla. Los agentes les dieron el alto mientras el detective canino husmeaba, claramente nervioso, aquel bulto con ruedas.
-Lorenzo...
-Sshh calla, eso es que el perro tiene hambre.
-¿Cómo que el perro tiene hambre? ?qué es lo que tengo que imaginar?
Es por abrir mercado -le susurró - hemos de aprovechar la ocasión.
-¡Válgame este hombre!
Hagan ustedes el favor de acompañarnos, -dijo uno de los policías-
El público los observaba y el matrimonio, equipaje en mano, aceptó de buen grado aquella invitación. Les hicieron pasar a una sala en la que habían cuatro sillas, una mesa, un perchero y un cuarto de aseo sin puerta.
Colocada la maleta encima de la mesa se le pidió que la abriera.
El turista sacó una pequeña llave que abría el pequeño candado que la blindaba; descorrió la cremallera al mismo tiempo que apostillaba: -oigan, no vayan ustedes a pensar mal de nosotros...-
-Nosotros no pensamos, sólo actuamos- respondió el agente, más serio que un juez.
-A mi me da algo, Lorenzo, ¿cómo se te ocurre, criatura?.
Debajo de un par de pantalones, tres camisas, dos faldas, un neceser,...envuelto en film transparente,¡voilá!... apareció un jamón. Lo sujetó Lorenzo entre sus manos como el músico sostiene su violín, con orgullo. -Pata negra, pa-ta-ne-gra, señores.
-Verá agente, tenemos un negocio familiar de jamones, se venden muy bien en nuestra comarca, están buenísimos, además de una extensa variedad de embutidos de fabricación artesanal que, por no hacerles perder el tiempo, no detallaré, aunque es un despropósito no nombrarlos y bueno, como hemos dado el salto a Las Islas, he decidido traerme uno para promocionarlo, no se pueden perder cosa rica como ésta.
A su mujer se le reían los ojos.
-Sí Ana, cuando lleguemos al hotel pienso hablar con el chef y ofrecerle uno para que lo sirva a modo de degustación a los huéspedes y, acompañando al plato, una tarjeta de presentación...por si...A esto se le llama expansión mercantil. Aparte de todo, sepan que el perro tiene hambre y no es tonto jeje.
Aquella escena rayaba lo cómico y los agentes fueron invitados al hotel aquella misma noche, convocatoria que aprobaron de buen grado.

P.d.
Cuando publiqué la primera parte de este relato en monosílabo, invité a quien lo leyera a participar de alguna manera con sus ideas y Elda me comentó que esperaba que hubiera sucedido algo más, algo como que se le cayera un ala al avión, (después se reconoció macabra jaja), Antonio del Olmo aportó la idea de que Lorenzo hubiera sido piloto cuarenta años atrás y Marea Nueva hizo referencia a extraviar el equipaje. Así que, metí todas las sugerencias en una koctelera y el viaje continúa. 


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