miércoles, 31 de julio de 2013

De puertas adentro.

Floreada luce la ermita en una tarde de agosto,
las campanas precipitan sus grandes cuerpos redondos,
y entre pétalos de rosas y de blancas margaritas,
salen de allí desposados, Manuel y Carmencita.

¡Vivan los novios! -exclama-  todo el que está presente
y una nube de arroz lanza, con buenos deseos, la gente.

Tras dos años de casados, de caricias en la piel,
un niño les ha regalado, la vida, por su querer.
Ojos negros, piel morena -igualito que Manuel-
suave como la crema, tan dulce como la miel.

La sonrisa es de su madre y ese hoyuelo en la barbilla,
y la gracia de su risa... ¡ eso no hay quién lo compare!.

Pero un aciago día, llega Manuel enojado
y empapado de bebida, a casa, de lado a lado.
Carmen le abre la puerta, tras lo cuatro golpes dados
y al abrirla, lo que encuentra, es a un Manuel cambiado.

Su mirada está perdida y sus gestos desconoce,
mas con la mano tendida, a su esposo recoge.
El primer golpe...en la cara, recibe Carmen dolida
y en su mejilla que sangra, una brecha se perfila.

Un silencio sepulcral se abrió entre la pareja,
como de acero, un puñal, se clavó en su alma de perla.
Así comenzó el calvario de esas noches sin final
¡dónde estará el remedio, para curar este mal!

¡Ay, si mi madre supiera, por lo que yo he de pasar!,
¡Y si mi padre me viera! lo que por mí iba a llorar...
recordando el día que me diera, a Manuel, en el altar.

El amor se puede terminar, pero jamás, convertirse en violento desprecio.
 Una mano alzada contra una mujer, rompe mucho más que una cara...
María José.

2 comentarios:

  1. Por desgracia es una historia que se repite con demasiada frecuencia.
    Me ha encantado esta historia en verso con su especie de moraleja final, muy cierta.

    Buen fin de semana María José.

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  2. Hola Jero, ésta es una historia como bien has dicho, que se repite con demasiada frecuencia. Imagínate lo triste e indignante que tiene que ser críar a una hija con todo el cariño y cuidado y después que te la maltraten. Eso visto desde fuera, ya no quiero imaginarme ver a la mujer sintiendo miedo en su propia casa ,y a los hijos, cuando la llave de la puerta gira para que alguien entre: un papá, un marido o un novio.

    De verdad que éstas cosas no tenían nunca que pasar. Y se dan en la especie humana ¿o en una especie de humano?. Vayan estos versos por la abolición del terrorismo doméstico.
    Que pases un bonito fin de semana Joaquin.
    Un abrazo.

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