miércoles, 24 de julio de 2013

Yo más.

Manuela y Paquita eran amigas desde la juventud; las dos se echaron novio casi al mismo tiempo, casualmente hermanos. Terminaron, pues, siendo queridas cuñadas.
Las dos eran especialmente presumidas y algo envidiosillas una de la otra, si una llevaba un vestido con un estampado de flores, la otra llevaba otro vestido estampado de flores más un collar de dos vueltas. Cuando una se quedó embarazada, la otra no tardó ni dos meses en concebír a Paquito, así que los primos parecían hermanos.
Fueron creciendo los hijos y una presumía de que el suyo trabajaba en el mejor hospital de la ciudad, mientras que la otra lo hacía de que el suyo era quien más coches vendía del concesionario.
Cuando los muchachos se casaron, una encargó una traca de veinte minutos para festejar la buena nueva a la salida de la iglesia; dos años más tarde, la otra encargó un castillo de fuegos artificiales para la boda de Manuel.
Ahora, ambas cuñadas ya están muy mayores y cuando se ven y una se queja de lo mucho que le duelen las rodillas, la otra le dice: huy, y a mí las rodillas y los riñones.

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