domingo, 1 de septiembre de 2013

El verde abrazo.

Son las siete y cuarto de la mañana, el sol ya ha baldeado el suelo del cielo y ahora se sienta a pensar, tanto, que poco a poco empezará a calentarse; después de tantísimos años mirando las cosas que hacemos los de por aquí abajo cuando enciende la luz, es de entender que sus motivos tendrá.
Dado que esta escena que a continuación relato es presenciada desde la casita de la sierra, entenderá el lector que la vecindad son las aves, los árboles y las hierbas, las florecillas, los insectos y hasta las mismas piedras, bastante proclives al beso mineral. Creo oportuno aclarar lo del beso mineral. Cuando el agua penetra en la tierra, es besada, tanto por su recibimiento como en su despedida que será a través de los muchos manantiales, siempre ha sido así, creo que es el beso más antiguo de la historia.
Pues bien toda esta vecindad es la que otorga magnificencia a éste enclave, por lo demás, mi presencia es intrusiva, pero el monte, recogiéndose un poquito, me deja un lado, me recepta. Es un excelente anfitrión y antes de marcharme debo agradecérselo. Tengo tiempo para pensar.
No existe la prisa en este lugar, aquí el tiempo no es oro, es más, aquí fluye con su natural recorrido por el camino del día. Los pajarillos tienen su quehacer y por cierto lo hacen muy ordenadamente. Uno de ellos está construyendo un nido, lo he visto ir y venir de la rama al suelo y del suelo a la rama con ilusión...¿ilusión?...,tal vez eso de la ilusión solo es cosa nuestra. Sí, estoy convencida de que en el reino animal eso no existe, por eso tampoco existe la decepción. Aquí todo es instintivo, memoria genética, todo es sencillo y al mismo tiempo grande. Que me digan que construya mi propia casa con mis manos y proporcionándome a mi misma todo lo necesario; o que me pidan la paciencia de las florecillas que han de esperar el momento adecuado para florecer, o que me pidan la inteligencia del árbol de hoja caduca que sabe desprenderse de sus hojas para sobrevivir cuando el alimento escasea. La naturaleza es inteligente, no busca motivo, busca fin, la naturaleza se da.
Dentro de esta paz que percibo hay un movimiento y un trabajo excepcional, de categoría. Todo tiene aquí un orden perfecto, sin voces, excepto el sonajero que se traen entre patas estas cigarras, pero bueno, están en su casa. Cada cuál sabe su función y la asume sin necesidad de orden ni premio.
He pensado que la mejor manera de agradecer mi acogida es que el monte nunca se de cuenta de que he estado aquí.


p.d.
No tengo ninguna casita en la sierra, vivo a pie de mar, pero eso no es en absoluto motivo para no valorar, agradecer y recordar lo importante y hermoso que es el verde abrazo de la naturaleza.



2 comentarios:

  1. Es un texto hermoso María José.
    En él esta recogido el respeto que sientes por la naturaleza y tu compromiso con ella. Y más mérito aún si sólo ha sido escrito con la imaginación.
    Es cierto, ella es sabia y nosotros, a menudo, la perturbamos. Así somos.

    Buen domingo y un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por acercarte a mis letras, Jero. Hay tantas cosas bonitas que agradecerle a nuestro planeta...pero sólo podemos hacerlo en la única vida que tenemos, esta, hay que cuidarlo porque es que sin la naturaleza, sencillamente no existiríamos.
    Me alegra que te haya gustado este paseo imaginario del domingo de ayer.
    Un abrazo y que el comienzo de septiembre te sea estupendo.

    ResponderEliminar