Tengo pena, madre,
madre, tengo pena
de la flor que se marchita
en la mano del amante.
Del calor que nunca llega
de unos labios a escucharse,
del beso que se propaga,
en un vacío cortante.
Tengo pena, madre,
madre, tengo pena
del hombre que muere joven,
del viejo pidiendo muerte,
de la flor que nace blanca
y en amarga almendra revierte.
Y tengo pena, madre,
que el amor, siendo tan noble,
el que a toda mano acoge,
se abandone, como a un perro
malherido, a su suerte.
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