martes, 19 de noviembre de 2013

Romance de la incomprensión.

Y ahora pasa por mi lado
y tan siquiera me mira,
a veces, me vuelve la cara,
como a una desconocida.
 
Yo le di la primavera,
lo hice flor de una semilla,
lo alimenté con mis venas
y le recé de rodillas.
Dos veces treinta,los años,
que me ha gastado la vida,
a pares los desengaños
con alegrías vividas.
Nuestro hogar era un brasero
con llamitas encendías,
mi niño, era el lucero,
y mi marío el mesías
al que le hice juramento
de amarlo todos los días;
y lo quise, bien es cierto,
y el me quiso, a su manera,
sin campanas tocando a besos,
mas con lecho y mesa ofrecida.
Y así, niño de agua,
fueron pasando los años,
-el chico, como en la fragua,
se fue forjando hecho hierro
y nosotros, los amantes,
que nunca tocaron el cielo,
nos fuimos acostumbrando
a vivir sin un te quiero-
Y ahora, maldita la suerte
que se cruzó en mi camino,
me está llevando a la muerte
y a la vida que no he vivido.
Ese hombre que odias,
ese, con el que convivo,
al que nunca llamarás padre
y  te respeta como a un hijo,
le ha vuelto la vida a tu madre,
me ha hecho saber que yo existo.
Repróchame el abandono,
la frialdad que he tenido
al elegir de qué modo
quiero acabar mi camino;
pero soy la misma madre
que con dolor te ha parido,
la que te lleva en la sangre
aunque no estés en el nido.
Castígame con palabras
y con tu rencor de niño,
levanta un puente de silencio
que al tiempo caiga vencido,
planta un jardín de ortigas
que, al tocarlas, me recuerden
lo que escuecen tus heridas,
las que son mi media muerte,
pero no me vuelvas la cara
ni me entierres en tu olvido,
sí, tu madre está enamorada
y qué...
¡ tú sigues siendo mi hijo!
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario