domingo, 22 de septiembre de 2013

Alma y corazón.

¿Por qué lloras? alma sin corazón,
acaso tú, que nada pesas,
¿puedes sentir más tristeza que yo?
Tu escapas, huyes cuando quieres,
te distraes con un rayo de sol,
en cambio, yo, aquí encerrado,
como oveja obediente al pastor,
todo lo sufro, todo lo callo,
yo soy el yunque que grita sin voz.
 
Sí, soy alma, mas me he alimentado
de la misma fuente que calma tu sed,
y lloro lo mismo que tu ser cuitado,
tu dueña y la mía es la misma mujer;
la que cuando ama, pone el alma en boca,
en sus manos deja todo el corazón,
por eso hoy estamos los dos lastimados,
nos duele lo mismo su herida de amor.
 


jueves, 19 de septiembre de 2013

Los rostros del Amor.

Os siento triste y desolado esta mañana,
vuestros ojos han quedado cual la noche

que se niega a recibír a la alborada
y se obstinan ser reflejo de azabache.
Ella ha sido y aún será su blanca estrella,
la que indica el caminar de su existencia,
la que os perfumó de azahar con su belleza
y con su aliento consumió vuestra tristeza.
No podéis quedar en desaliento,
ella lloraría si así os viera,
y no querréis que en un murmullo el viento,
le haga saber que aún hay lágrimas por ella.
 
Ella fue el diván en el que mi alma
cansada, recobraba nueva vida,
sólo ella y el color de sus mejillas
me alegraban, me ofecían vida y calma.
Si ya no está conmigo, no hay sentido,
para este cuerpo que no tiene más remedio
que aceptar con valentía mi destino,
o morír en soledad con su recuerdo.
Y se inclina la balanza hacia su lado
y un océano me ruge en las entrañas,
sólo quiero sumergirme en ese lago
que escondían con cuidado sus pestañas.

Mi señor no habléis así que yo no puedo
consentír que vuestra voz se resquebraje
cual cristal, que aunque templado es ligero
y frágil, cuando sois hierro forjado.
¡Qué no veis alrededor de vuestro mundo!
¿por qué no levantáis vuestra mirada?
que estas flores necesitan vuestro cuido,
que son brotes de la luna plateada.

Y miró el noble señor aquellos ojos
y esas manos, que pequeñas, le agarraban
y en su cara vió nacer los mismos gestos
y mejillas en que flores estallaban.

El amor perpetuó su pura esencia
en la niña que en sus brazos acunaba
y encontró en la criatura la presencia
y el amor que en bella esposa le faltaba.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Si del corazón hablamos.

Te quiero, sin más querer que quererte,
así haya sol, viento, lluvia o nieve;
y al quererte, mi corazón se estremece,
sin que haya sol, viento, lluvia o nieve.
 


jueves, 12 de septiembre de 2013

La última batalla.

Año 564 - Baja Edad Media-.


Los caballos estaban ensillados y nerviosos. En el aire se respiraba una sensación extraña; mezcla de valor y seguridad de quien confía en sí mismo, mezcla de desasosiego, como quién sabe que deja en manos de los demás una importante labor sin acabar.
Era la hora de partír, el momento de las despedidas, de besos y lágrimas.
Ella lo besó en los labios dejándole el sabor dulce tan particular de su boca. El acarició su rostro con delicadeza y guardó la llave dentro de su bota de montar.
Era la costumbre, la atroz y denigrante costumbre,  para la mujer,  del cinturón de castidad.

Pasadas cinco semanas de aquella mañana ella se despertó con náuseas. Su cara estaba pálida como la cera y a duras penas podía sostenerse sobre sus piernas.
Sus temores se habían confirmado: estaba encinta.
Lo que para cualquier mujer hubiese sido una alegría, ella lo lloraba amargamente.
El no regrasaría -si regresaba- hasta Dios sabe cuándo y ella, en ese estado, se encontraba en un gran dilema.
Los comentarios no tardaron en escucharse. Unas mujeres, las más piadosas, se compadecían de ella ofreciéndole consejos y remedios; otras, -posiblemente las que menos tuvieran que hablar- la miraban con desprecio y no bajaban la voz en sus comentarios al verla pasar, todo lo contrario, querían ser escuchadas.
-Ahí va ella...de nada le ha servido al esposo guardar su tesoro, porque si él hubiese estado seguro de esa posibilidad nunca hubiera cerrado la puerta.-
-Hay algunas que son así ya desde que nacen y no hay llave que las encierre....- y reían jocosamente.
Sabía que se exponía a ser repudiada por su esposo -siendo un castigo benevolente- si a su vuelta lo recibía con un niño en los brazos, pero era demasiado el amor que sentía por su criatura para hacerle pagar a él la turbia mentalidad de esos tiempos.

Fué liberada del cinturón de castidad antes del séptimo mes de gestación por un herrero y su hijo vino al mundo en una madrugada del mes posterior.
Estuvieron los dos entre la vida y la muerte a causa de la escasez de higiene y de que el niño se presentó de nalgas. Pero con mucha suerte los dos lograron sobrevivír.

A los tres años regresó su marido de las duras batallas que tuvo que librar.

Sus fornidos brazos apenas eran ahora piel y huesos. Estaba famélico, la barba le caía onduladamente cubriéndole el mentón y en sus ojos quedaba un deje de tristeza, de amarga victoria. Sólo él sabe lo que su mirada contemplaría.
Entró en la casa apresuradamente, casi con alegría, y bajo el arco de piedra que daba al patio encontró a su esposa y sobre sus brazos, un niño.
La primera reacción de él fué acercarse a ella y palpar su cintura.
Ya no estaba allí, solamente notó, a través de su larga falda, el contorno redondeado de sus caderas.
Miró al niño con extrañeza, el pequeño le respondió con una sonrisa, dejando ver sus diminutos y blancos dientes como granitos de arroz.
La miró de una forma cortante y fría y dió media vuelta marchándose en silencio.

Ella dejó al niño en el suelo, con cuidado, y corrió tras él.
Lo cogió del brazo haciendo que se girara y con lágrimas en los ojos le dijo:
-Mi felicidad es ahora doble, esposo mío, estás vivo, estás salvo y nuestro hijo tiene padre.


-¿Nuestro hijo? - contestó él con voz áspera.- Yo no dejé ningún hijo al partir.
-Sí lo dejaste, mas ninguno de los dos lo sabíamos. Ha crecido en mi vientre el fruto de nuestro amor, y eso, nadie nos lo puede arrebatar. He llorado ríos por tí, pero mares por nuestro hijo, por el niño que mi mano toma.
El hombre la besó en la frente y dándole la espalda se marchó.

No volvió a verlo hasta pasadas tres semanas.
Regresó de librar otra batalla, la batalla interior de su conciencia.
La última batalla.
-He matado en nombre de nuestro Rey, he padecido dolor, hambre y enfermedad por los demás. ¿Cómo perder la gloria ahora que la tengo en mis manos?.

Y se fundieron los tres en un largo abrazo.

jueves, 5 de septiembre de 2013

El sueño de un molinero.

 
A la sombra del molino
descansaba un molinero
con el pecho oliendo a trigo,
con el corazón sereno.
Y soñaba con las aspas,
con blancas velas de lino
que, como barco en la mar,
son del viento capricho.
A su sueño lo mecía
el susurro de la yerba
que en la tarde se vencía
en minúsculas piruetas.
Las nubes blancas pastaban
cual silencioso rebaño
que a algún pastor de los cielos
se les habría escapado.
Mi vida ¿será como el trigo?
se preguntaba entre sueños,
pues siendo apenas un niño
era una espiga en el suelo
y ese chico ahora es grande
¡y firme, que miro al cielo!.
Una amapola ha venido
para la vida alegrarme,
tiene los labios de vino,
dulce, y embriaga mi sangre.
Se han molido mis penas,
esos granos de soledad
a los que llamaba amiga
por no quererme abandonar.
Ahora, de blanca harina,
entre su vientre y mi lar
y el amor a fuego lento,
nació un bollito de pan.
 
 
 
 


domingo, 1 de septiembre de 2013

El verde abrazo.

Son las siete y cuarto de la mañana, el sol ya ha baldeado el suelo del cielo y ahora se sienta a pensar, tanto, que poco a poco empezará a calentarse; después de tantísimos años mirando las cosas que hacemos los de por aquí abajo cuando enciende la luz, es de entender que sus motivos tendrá.
Dado que esta escena que a continuación relato es presenciada desde la casita de la sierra, entenderá el lector que la vecindad son las aves, los árboles y las hierbas, las florecillas, los insectos y hasta las mismas piedras, bastante proclives al beso mineral. Creo oportuno aclarar lo del beso mineral. Cuando el agua penetra en la tierra, es besada, tanto por su recibimiento como en su despedida que será a través de los muchos manantiales, siempre ha sido así, creo que es el beso más antiguo de la historia.
Pues bien toda esta vecindad es la que otorga magnificencia a éste enclave, por lo demás, mi presencia es intrusiva, pero el monte, recogiéndose un poquito, me deja un lado, me recepta. Es un excelente anfitrión y antes de marcharme debo agradecérselo. Tengo tiempo para pensar.
No existe la prisa en este lugar, aquí el tiempo no es oro, es más, aquí fluye con su natural recorrido por el camino del día. Los pajarillos tienen su quehacer y por cierto lo hacen muy ordenadamente. Uno de ellos está construyendo un nido, lo he visto ir y venir de la rama al suelo y del suelo a la rama con ilusión...¿ilusión?...,tal vez eso de la ilusión solo es cosa nuestra. Sí, estoy convencida de que en el reino animal eso no existe, por eso tampoco existe la decepción. Aquí todo es instintivo, memoria genética, todo es sencillo y al mismo tiempo grande. Que me digan que construya mi propia casa con mis manos y proporcionándome a mi misma todo lo necesario; o que me pidan la paciencia de las florecillas que han de esperar el momento adecuado para florecer, o que me pidan la inteligencia del árbol de hoja caduca que sabe desprenderse de sus hojas para sobrevivir cuando el alimento escasea. La naturaleza es inteligente, no busca motivo, busca fin, la naturaleza se da.
Dentro de esta paz que percibo hay un movimiento y un trabajo excepcional, de categoría. Todo tiene aquí un orden perfecto, sin voces, excepto el sonajero que se traen entre patas estas cigarras, pero bueno, están en su casa. Cada cuál sabe su función y la asume sin necesidad de orden ni premio.
He pensado que la mejor manera de agradecer mi acogida es que el monte nunca se de cuenta de que he estado aquí.


p.d.
No tengo ninguna casita en la sierra, vivo a pie de mar, pero eso no es en absoluto motivo para no valorar, agradecer y recordar lo importante y hermoso que es el verde abrazo de la naturaleza.