jueves, 30 de enero de 2014

La Mujer y el Almendro.

Soñaba la niña su sueño
de cara al sol en la hierba,
sobre su tez, el almendro,
sus flores, frutos de almendra,
iba dejando caer
hasta vestirla de perla.
Y ella, por toda flor,
su boquita,
por toda perla sus dientes,
por toda maldad su sonrisa
y por toda fe su presente
así imaginaba su vida:
Yo quiero un hombre que me ame,
que me tome de la mano,
que sea el aire de mis días
que sea flor sobre mis campos;
fortaleza en mi derrota
abrigo para mi llanto,
calentura de mi cuerpo
y el refugio de mis manos.
Yo quiero un hombre de ley
que al entregarle mi vida
la custodie, como un rey,
a su reino guardaría.
Si fruto diera mi vientre
de ese amor consolidado,
que tenga su misma frente
la sonrisa de sus labios,
un corazón que ame, valiente,
y mío, qué se yo, cualquier otro rasgo.
Nubecillas se van cruzando
sobre el sol que moja su cara,
la hierba se está agitando
y el sueño, parece, acaba.
Se abren sus ojos, ya azules,
el almendro aún la acompaña,
y al tiempo que ella se aleja
aquel árbol le reclama:
Estoy velando tu sueño
para que nunca lo olvides,
te abrigo con hojas claras,
tu dulce cara lo pide,
pero ¡despierta, mujer, de este ensueño!
¡mujer, despierta a la vida!
el amor se te ha negado
como el paso yo daría.
 
-su cara palidecía-
 
Somos dos almas ausentes,
así el almendro decía,
yo estoy atado a la tierra
mi alma, ¡caminaría!
tu estas atada a tus sueños,
¡sueños que no te guían!
La vida pasó de largo
las ramas tengo vencidas,
-y en su cabello las flores
cayeron en despedida-
Murió la mujer soñando,
sueños para otra vida
y el almendro se ha inclinado,
besándola de rodillas.
 
 
 
 
 
 
 
 


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