jueves, 6 de marzo de 2014

Amor inhumano.

 
Fue una tarde en la dehesa
que un toro de abrigo negro,
con dos espadas aviesas
tan blancas como el armiño,
que me hizo pensar en lo puro
que llega a ser el cariño.
Entre la piedra y la jara,
entre dos luces del día,
aquel torito trotaba
con la sangre encendida.
El aire no respiraba,
la yerba, ni se movía,
y a lo alto de una rama
avecillas acudían.
¡Qué fuerza viva, qué sangre!
¡qué torrente de energía!
¡qué feroz silueta negra!
¡y qué empuje en la embestida!
Aquellos trescientos kilos
eran todos corazón...,
quizás piensen lo mismo
con la imagen que vi yo:
Un rebaño se cruzaba
con el que iba su pastor
y un perro fiel guardaba
las torundas de algodón.
El toro las vio a lo lejos,
vio esa nube unificada
que rodaba por el suelo
musicalmente lanada,
y un zorro, dientes de acero,
entre la jara acechaba
a un corderito pequeño
que del corro se apartaba.
Surgió el guardián trotando,
esfinge negra y alada,
mugía, estaba gritando,
y a la ajena muerte espantaba.
Cuando ocurren estas cosas
en el reino animal,
ajenos al raciocinio
a éticas y moral,
o a leyes que les enseñen
donde está el bien y el mal,
vengo a pensar, que es cariño,
que eso es amor natural,
que la maldad, en esos seres,
no es como en la humanidad.
 
 
 
 
 
 
 
 


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