miércoles, 9 de abril de 2014

Así empezó todo.

Yo me crié en un pueblo de la sierra. Tuve la suerte de que mi casa no está ni muy arriba ni muy abajo, sino justo en el lugar en dónde las piernas se agobian y piden descanso. No me imagino a mi madre tirando del carricoche conmigo dentro cuesta arriba y abajo, eso si que debía ser un verdadero peligro. Lo primero en lo que se fijaron al escoger aquel vagón es que tuviera unos buenos frenos, mi padre me lo ha recordado muchas veces. Lo mejor, era la vista panorámica de todo el valle, siempre he pensado que estábamos a un paso menos del cielo, lo malo, que nunca pude disfrutar de los charcos, allí el agua corría, no se estancaba, eso, y la de balones que perdíamos, cualquiera tenía ganas de ir a recogerlos. Aquellas decisiones a dedo conllevaron múltiples y variadas riñas entre los chavales miembros de la pandilla, así se disolvió aquel equipo que, hoy día, si hubiésemos sido menos vagos y más sacrificados, lo mismo estaríamos fichados por el Real Madrid, quién sabe, éramos buenos.
Tonino tenía un chute fabuloso, pero era comodón como él sólo, ahí comenzó la semilla de la discordia, siempre mandaba a Fernando a por los balones perdidos y claro, un día se dio cuenta del aprovechamiento que nos traíamos con él y nos abandonó, se pasó al bando de las gradas. Hoy es ciclista profesional, de esos que corren en los Tour, ves, si aún nos los tiene que agradecer y todo, menudas cachas le salieron con tanta ida y venida.
Los domingos por la mañana nos subíamos al tupido pinar que corona la sierra, allí éramos exploradores de nidos. Nos empinábamos a los árboles a ver los huevos, pero sin tocarlos, mi abuelo nos sentenció con aquello de que cuando los tocas, o al pajarillo propio cuando se deshace del cascarón, la madre lo aborrece y no lo incuba y termina muriendo de hambre o de frío, así que aquello era una investigación  exclusivamente ocular. Lo que sí cogíamos eran lagartijas, escarabajos, piedras raras, y una vez hasta nos infectamos con la procesionaria que son unos gusanos que caminan en fila india, en procesión uno detrás de otro y tienen unos pelillos que se te clavan en la piel y te la inflaman, que te dejan como un pan de pueblo con tomate vamos. Aquel día saturamos las urgencias del centro médico, salimos los cinco con una dosis de Urbasón en sangre que picaba como cien avispas.
Luego pasó lo que tiene que pasar: el tiempo.
Julio y Agustín que son hermanos terminaron siendo policías, Agus municipal y el menor guarda forestal, le ofrecieron una plaza en Jaén, concretamente en Cazorla y allí anda, cuando tenemos ocasión vamos a visitarlo, aquello revienta de lo verde que es. Fernando ya he dicho que es ciclista profesional, "el piernas" le llamamos. Tonino se bajó al valle, a las tierras del abuelo que pasaron al padre y ahora las lleva él, como está mandado; exporta naranjas y limones, patatas y hasta cría pollos y pavos que luego vende, es un fenómeno. Y yo, tanta piedra y tanto monte me han llevado bajo tierra, soy espeleólogo y me encargo, junto con un equipo humano de órdago, de que los que se pierden en las cuevas o por los montes de Dios, se queden sólo a un pasito de haber encontrado el lugar del que irás y no volverás, mis amigos me llaman "el linterna".
Y así es como empezó todo.

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