Carta
de Don Ignacio:
No
me extenderé en retórica que tiempo ya no me queda, me apresuro a
descartar, en carta de puño y letra, las dudas de mi frialdad como
han dicho de mi tantas lenguas.
Nunca
me vieron llorar, ni en la gloria ni en la pena, mas los soldados,
sabrán, lloran a las estrellas.
Que
no conocí mujer más que a madre y hermana, que poco saben de mí
los que hablan a mis espaldas; tuve una rosa temprana, veintitrés
años de edad, cinco espinas, cinco dagas, cuatro en el corazón y
una quedose en mi alma.
Que
no quiso darme el destino, dado mi ingrato talante, hijos varios ni
sobrinos, cuán engañados están los que ingenian mi camino, mujeres
no me quisieron, pero quisieron mis hijos.
Que
sólo he de verme en la vida, por no integrarme en tertulias,
apoyando payasadas y suscribiendo injurias; privado me vi de amigos
mas librado de intereses, mi estribillo mi estrategia: tanta Paz des
en tu camino, como el descanso que dejes.
Y
ahora, por concluír, que prisas lleva la muerte, os he descubierto
un secreto: la vida de este poniente,. Recojed todas mis cosas, que ahora
vendréis a verme, con lágrimas en los ojos cual rifa para esta
suerte: un gato de porcelana, el arpa de mi antepasado, mi
noble escudo de armas y mis trajes empolvados; ya sé que es puro
teatro y que ha de ganar quien más vierte agua por Don Ignacio.
Ya no hay secretos, así es, la vida de un solitario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario