sábado, 14 de marzo de 2015

De vagones y locomotoras ( Cuento infantil)



Una locomotora quedó aparcada, junto con tres vagones, en la cochera en dónde descansan los viejos trenes cansados de caminar. Allí se miraban unos a otros comparando sus estados: alguno estaba oxidado, otro tenía abolladuras que para él eran cicatrices, también había uno cuyos cristales de las ventanillas habían perdido el brillo y la transparencia por el paso del tiempo, pero todos ellos sabían mucho de caminos y de gente, de idas y venidas, de encuentros y despedidas, por algo eran trenes. Ahora habían quedado como exposición en un museo ferroviario.
Niños y mayores los visitaban en su descanso, generalmente eran los domingos el día de mayor afluencia. La locomotora, así como los vagones, observaban al mismo tiempo a la gente, los escuchaban hablar, oían lo entendidos que eran algunos y les gustaba que los tocaran, que entraran en su interior y se sentaran en sus asientos, les gustaba el contacto con la gente, siempre había sido así. Pero entre máquina y vagones había uno que era de mercancías; aquel era muy serio, no sabía del contacto humano, toda su vida se la pasó transportando materiales. La gente le molestaba, no soportaba el ruido de los niños que se paraban delante de él mirándolo de arriba abajo e imitando el sonido de una bocina -¡ puuu... puuu!.- exclamaban mientras hacían un gesto con el brazo como tirando de algo.
-Míralos, qué ruidosos, qué llorones, por no decir lo pequeños que son, que no levantan ni un palmo del suelo- Para él los domingos era el peor día de la semana.
Cierto día hubo una reunión en el ayuntamiento del pueblo, el alcalde, junto con varios concejales y  un grupo de vecinos que se hacían llamar "Amigos de los trenes"  llegaron al acuerdo de poner en marcha un proyecto especialmente bonito para aquellas máquinas que descansaban en el aburrimiento.
Dado que el antiguo trazado por el que concurrían las vías aún estaba bajo las hierbas salvajes que habían ido creciendo, aprovechando aquel abandono, se acordó de recuperar el circuito hasta donde fuera posible y poner en marcha lo que iban a llamar "Un paseo por el recuerdo".
Se pusieron todos manos a la obra, limpiaron las vías, arreglaron los tramos en los que había algún desperfecto y trazaron un nuevo camino de vuelta al lugar desde donde estaba previsto que partiera el tren. El recorrido final quedaría en una distancia que al paso de la vieja locomotora supondría una hora, un paseíto estupendo para no cansarse.
Ellos se asustaron cuando comenzaron a moverlos y a meterse en su interior para observarlos detenidamente, para arreglarlos y ponerlos más guapos. Qué nervios, qué incertidumbre, pensaban que los iban a mandar a la chatarra, pero poco a poco empezaron a coger confianza, sobre todo cuando la locomotora, que era muy lista, se dio cuenta de que si fueran a desmontarlos no llevarían el cuidado que les demostraban, a ella misma sin, ir más lejos, esa misma mañana le habían limpiado la caldera y revisado los frenos, los vagones también lo apreciaron puesto que a uno le habían forrado los asientos con terciopelo rojo y a otro le habían pulido los cristales dejándoselos brillantes, aquello prometía algo bueno.
Cuando estuvieron perfectas las vías, fueron depositados uno a uno sobre ellas en un orden establecido: primero iba la locomotora y enganchada a ella el vagón de los cristales, a continuación el de los asientos rojos y por último y cerrando el convoy, el mercancías, es decir, el serio.
El día de la inauguración fue toda una fiesta, tiraron cohetes, acudió la banda municipal regalándoles una alegre sinfonía, el sol se sumó al evento y como no podía ser de otra manera acudieron mayores y niños. ¡Qué majestuoso se veía aquel tren envuelto en una nubecita de vapor! respiraba alegría por los cuatro costados. La gente comenzó a subir y, curiosamente, todos los niños querían ir en el descapotable que, para poder sentarse, fue habilitado con un banco corrido en forma de U.
-¡Ya vienen!- decía él cuando vio que se le acercaban aquellos de un palmo de altura, -no había otro vagón, no, -refunfuñaba-
El trayecto fue delicioso para todos, cruzaron un valle en el que en ambos lados podían verse caballos pastando sobre la hierba y a lo lejos se divisaba la arboleda, estaban los árboles tan juntos que parecía una muralla verde; después les tocó subir una cuesta empinada en la que al bajar la cima, aparecía el mar delante de los ojos. En aquel momento el sol hacía que sobre la superficie azul del agua parecieran haber mariposas revoloteando en brillos, eso dijo una mamá, o palomitas de maíz flotando, así le pareció a un niño. Un poco más adelante el giro, y vuelta a la estación.
 Cuando el tren se detuvo todo fueron aplausos y el vagón de mercancías, por primera vez en su vida ¡sonrió! luego dijo en voz baja: la próxima vez que salgamos de paseo me pido todos los niños. La locomotora lo escuchó y soltó un alegre silbido.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.




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