Dicen que el tiempo deshace hasta las nubes del cielo y que a las flores deshoja, y que refrena los vuelos. Dicen que el tiempo caduca a esos amores lejanos que a los ojitos embrujan y hacen temblar a las manos. Dicen los sabios del mundo que el tiempo todo lo cura, pero no saben, seguro, lo que un beso, en el alma, dura.
Tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar. Que sea azucena sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada.
Ni un rayo de luna filtrado me haya. Ni una margarita se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, tú me quieres blanca, tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas las copas a mano, de frutos y mieles los labios morados. Tú que en el banquete cubierto de pámpanos dejaste las carnes festejando a Baco. Tú que en los jardines negros del Engaño vestido de rojo corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto conservas intacto no sé todavía por cuáles milagros, me pretendes blanca (Dios te lo perdone), me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques, vete a la montaña; límpiate la boca; vive en las cabañas; toca con las manos la tierra mojada; alimenta el cuerpo con raíz amarga; bebe de las rocas; duerme sobre escarcha; renueva tejidos con salitre y agua; habla con los pájaros y lévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas, y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta.
Se caló el sombrero, cogió el abrigo que colgaba de la percha que estaba sujeta a la pared y se lo puso, cerró toda su abotonadura de arriba abajo, abrió la puerta y se marchó. Comenzó el paso por la vereda que abría camino entre los árboles inhiestos que a estas alturas del otoño se mostraban huesudos, totalmente desprovistos de un ápice de ternura; ni una hoja, ni una flor.
Una cancioncilla merodeaba por su cabeza, melodía que terminó haciendo vibrar sus cuerdas vocales y amplificándose a través de su tarareo.
-En la noche de la nochebuena cuando los pastores.....- era un villancico-
Se detuvo pensativo mirando el vasto prado y buscó una piedra en la que sentarse.
Se quitó el sombrero y comenzó a pulsar suavemente el borde de éste dándole vueltecitas entre sus manos. Una bandada de aves le hizo levantar la mirada persiguiendo su ruta.
Míralas, qué felices van ellas, y no digo nada del rebaño del tío Paco, que por allá se escuchan los cencerros y el ladrido de Japonés.
Marcial lo sorprendió en sus divagaciones, llegaba el hombre montado en su bicicleta con un pedaleo tan lento que era cosa de magia que conservara el equilibrio.
La dejó apoyada en un árbol y se acercó a Ignacio.
Qué hay, paisano, dijo a modo de saludo.
El hombre del sombrero se giró dándole los buenos días, se levantó del duro asiento y le palmeó la espalda.
Nada, aquí andamos, estirando las piernas y dándole gracia a la vista.
Oye, pues llevo en el canasto de la bicicleta un vino y un tocino que ese sí que va a darle gracia al estómago.
Sacó el amigo aquellas poderosas viandas contra el frío, y la misma piedra que antes sirvió de asiento se ofreció ahora como mesa.
Llevo una navaja en el bolsillo, me la trajo mi hijo de un viaje que hizo a Suiza, es, no veas todo lo que lleva, hasta sacacorchos.
El tío Paco, que andaba entre aquel rebaño color crema destacando como una viruta de chocolate en medio de una tarta los vio desde lejos, oído tenía poco pero en cambio gozaba de una vista de lince.
Levantó la mano desde la lejanía y los dos hombres le correspondieron agitando las suyas en signo de convocatoria. Cinco minutos después ya esta Paquillo en derredor del frugal almuerzo.
Sacó del zurrón un trozo de queso y otro de turrón y lo añadió al festín.
En esto que pasó por allí Manuela, la sobrina de Marcial, que iba a repartir el pan nuestro de cada día, le hicieron el alto con toda la autoridad que el parentesco admitía.
La muchacha detuvo la furgoneta y tras los correspondientes y correspondidos saludos añadió un pan redondo y hermoso. No la dejaron marchar sin probar bocado.
No se sabe qué diría la muchacha en el pueblo que, al rato de haberse ido, un grupo de gente se fue acercando.
Los hombres miraban en lontananza aquel grupo compacto que se aproximaba cada vez más.
Parece una manifestación, dijo el pastor.
Cuando aquello estaba más cerca se dieron cuenta de que no era tanta gente como parecía, contaron seis cabezas a lo sumo que portaban bultos con las manos y todos tenían cara, y nombre..., y empanadillas y pasteles de carne, y mantecados, y una botella de anís dulce; una guitarra, una pandereta...y aquella mañana, sin esperarlo, se armó el Belén.
En la corriente del tiempo, en el mar de lo ignorado, en un suspiro en papel o en un trazo deletreado apareciste una tarde, quizás un día, una noche; no importa ponerle luz vino la luz con tu nombre. Y no sé de qué manera te abriste paso en mi vida, fue, como una primavera de agua fresca en su venida. Me fue brotando el cariño como una flor de cerezo al que una palabra tuya convertía en fruto nuevo. ¡Qué campo llevaba dentro! qué jardín me acompañaba, qué dulzor llegaba presto si mi boca te nombraba.
Pasarán las primaveras sobre el campo que me amarra, raíz que, clavada en tierra, a mi movimiento atrapa pero qué vuelo tan alto en las esporas de mi alma, aquellas que te llegaron sobre los vientos de España y que tú me devolviste para florecer mis ramas.
Si llegaste en día o noche ya, qué importa esa razón, cuenta el estado de gracia en que dejaste mi corazón.