sábado, 12 de diciembre de 2015

Al encuentro del día.

Se caló el sombrero, cogió el abrigo que colgaba de la percha que estaba sujeta a la pared y se lo puso, cerró toda su abotonadura de arriba abajo, abrió la puerta y se marchó. Comenzó el paso por la vereda que abría camino entre los árboles inhiestos que a estas alturas del otoño se mostraban huesudos, totalmente desprovistos de un ápice de ternura; ni una hoja, ni una flor.
Una cancioncilla merodeaba por su cabeza, melodía que terminó haciendo vibrar sus cuerdas vocales y amplificándose a través de su tarareo.
-En la noche de la nochebuena cuando los pastores.....- era un villancico-
Se detuvo pensativo mirando el vasto prado y buscó una piedra en la que sentarse.
Se quitó el sombrero y comenzó a pulsar suavemente el borde de éste dándole vueltecitas entre sus manos. Una bandada de aves le hizo levantar la mirada persiguiendo su ruta.
Míralas, qué felices van ellas, y no digo nada del rebaño del tío Paco, que por allá se escuchan los cencerros y el ladrido de Japonés.
Marcial lo sorprendió en sus divagaciones, llegaba el hombre montado en su bicicleta con un pedaleo tan lento que era cosa de magia que conservara el equilibrio.
La dejó apoyada en un árbol y se acercó a Ignacio.
Qué hay, paisano, dijo a modo de saludo.
El hombre del sombrero se giró dándole los buenos días, se levantó del duro asiento y le palmeó la espalda.
Nada, aquí andamos, estirando las piernas y dándole gracia a la vista.
Oye, pues llevo en el canasto de la bicicleta un vino y un tocino que ese sí que va a darle gracia al estómago.
Sacó el amigo aquellas poderosas viandas contra el frío, y la misma piedra que antes sirvió de asiento se ofreció ahora como mesa.
Llevo una navaja en el bolsillo, me la trajo mi hijo de un viaje que hizo a Suiza, es, no veas todo lo que lleva, hasta sacacorchos.
El tío Paco, que andaba entre aquel rebaño color crema destacando como una viruta de chocolate en medio de una tarta los vio desde lejos, oído tenía poco pero en cambio gozaba de una vista de lince.
Levantó la mano desde la lejanía y los dos hombres le correspondieron agitando las suyas en signo de convocatoria. Cinco minutos después ya esta Paquillo en derredor del frugal almuerzo.
Sacó del zurrón un trozo de queso y otro de turrón y lo añadió al festín.
En esto que pasó por allí Manuela, la sobrina de Marcial, que iba a repartir el pan nuestro de cada día, le hicieron el alto con toda la autoridad que el parentesco admitía.
La muchacha detuvo la furgoneta y tras los correspondientes y correspondidos saludos añadió un pan redondo y hermoso. No la dejaron marchar sin probar bocado.
No se sabe qué diría la muchacha en el pueblo que, al rato de haberse ido, un grupo de gente se fue acercando.
Los hombres miraban en lontananza aquel grupo compacto que se aproximaba cada vez más.
Parece una manifestación, dijo el pastor.
Cuando aquello estaba más cerca se dieron cuenta de que no era tanta gente como parecía, contaron seis cabezas a lo sumo que portaban bultos con las manos y todos tenían cara, y nombre..., y empanadillas y pasteles de carne, y mantecados, y una botella de anís dulce; una guitarra, una pandereta...y aquella mañana, sin esperarlo, se armó el Belén.





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