Poema de Rafael Alberti
Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo,
que la noche la mañana.
Se equivocaba.
Que las estrellas, rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama)
Una ola revoltosa
que venía con las otras
en mi cara fue a dejar,
una chispita de sal,
y me dijo silenciosa
que es un beso de tu boca
que a deriva fue a quedar.
Tengo un capricho del mar.
Y lo guardo primorosa
como quien guarda las rosas
que se ofrecen al altar,
y ese beso no lo cambio
por la boca más hermosa
porque viene de tus labios,
que me lo ha dicho la mar.
Quién te puso en las mejillas
tanta tanta suavidad
que parecen como rosas
que de carne hechas están.
Los espejos de las madres
no son como los demás,
no se miran en el río
ni en las lunas de cristal,
se van mirando en los hijos,
velloncitos, que al volar,
cuanto más lejos parecen
más cerca del pecho están.
A vosotros, Mari, Papá, Mama Josefa y Tata, que no pasa día sin que os recuerde, que sin vosotros nada sería como es porque habéis dejado la imborrable huella amorosa de vuestra esencia en cada año de mi vida. Gracias. Os quiero con toda mi alma.
Su piel era tan delicada que no podía recibir los rayos del sol; esa sensibilidad le producía picores en la piel y molestias en los ojos. Incluso en los días nublados tenía que salir a la calle con protección y esto le obligaba a permanecer casi en una constante penumbra. -Mamá, ¿porqué me ha tocado ser así? soy diferente a todos mis amigos, ellos pueden salir a la calle a jugar y no les ocurre nada, y sin embargo, yo no. -En la vida hay muchas cosas que no podemos elegir, hijo mío. Nos vienen dadas por el azar, pero debemos aceptarlas de la mejor manera y aprender a vivir con ellas. No todos somos iguales, es cierto, pero cada uno de nosotros, seamos como seamos, somos igual de importantes y especiales. -Voy a contarte una historia,-dijo su madre acomodándose en su regazo. Un día, en la sabana de África se reunieron unos cuantos animales y discutían entre ellos porque cada uno decía ser el más importante. -Yo soy el más poderoso de la selva, -decía el león. Con un rugido mío todos se estremecen, soy el más temido. El elefante que estaba a su lado le replicó: -yo soy mejor que tú, tengo una memoria prodigiosa; jamás olvido una senda por la que haya caminado, así pasen muchos años. Las gacelas se reían - ¿y eso para qué sirve? nosotras somos las más veloces, además de esbeltas somos tan rápidas que cuando corremos apenas tocamos el suelo. -Si estáis hablando de quién es el mejor, no dudarlo más, soy yo -dijo el cocodrilo muy serio. -Yo domino mi territorio tanto dentro como fuera del agua...¿alguien duda de mí?. De repente se escuchó una vocecita: -yo también soy importante, tanto como vosotros. Todos miraron a su alrededor para ver de dónde procedía esa voz, pero no veían a nadie más. -Heyyy, estoy aquí, en el árbol. Miraron hacia arriba y vieron un pequeño cuerpecito. -¿Y tú quién eres?-preguntó una gacela. -Os estaba escuchando y yo también pienso que soy la más importante. -¡Tú!, dijeron al unísono, pero si eres tan pequeñaja que apenas se te ve, y rieron. -Bueno, si no me creéis os lo puedo demostrar. Volved a este mismo lugar cuando la bola amarilla caiga y se vaya el color. Así lo hicieron todos, cuando llegó la noche todos se reunieron bajo el árbol. Esperaban inquietos para ver que iba a ocurrir, pero allí no aparecía nadie. -Me parece que se ha reído de todos nosotros, dijo el elefante. Aquí no hay nadie más que nosotros. De repente, en medio de la oscuridad, se encendieron unas lucecitas muy brilantes que flotaban en el aire. Se movían entre todos ellos como si fuesen estrellas que habían bajado del cielo. Eran ellas, las luciérnagas. Todos los animales quedaron asombrados, jamás habían visto nada así, tan bonito.
¿Quién era mejor?...nunca se supo, cada uno de ellos era valioso e importante, pero al mismo tiempo diferente y especial.
El pequeño se quedó dormido con una caricia en la mejilla y un beso en la frente.
Es el alma quien por libre te enamora
de las flores y los niños,
de las rosas,
del azul del mar radiante
de las olas,
de las buenas actitudes,
de ellas, todas.
Es el alma quien nos lleva a trotecillo
tras quimeras, aunque sean éstas de amor,
es por eso que a mi alma doy permiso
de buscarte aunque aquí me quede yo.
A veces siento mi pecho
como un jardín dolorido,
como tierra de barbecho,
sin un árbol, sin un nido,
sin flores que den aroma
sin aves que hagan sonido.
Y dejo que pase el tiempo
pero vuelve sobre si mismo
trayendo en su movimiento
lo que el jardín ha perdido...
vuelve a crecer tu recuerdo
con tu olor que es de buen trigo
y, aunque en la tierra haya nada,
el jardín ha revivido.
Cuando en la noche
la mar descansa
y los marinos
soñando están,
de lo profundo
de azules aguas
suben sirenas
a respirar.
Peinan sus rizos
con las estrellas
pintan sus labios
con el coral
y con las algas
tejen las redes
que a marineros
han de salvar.
Velando el sueño
la Luna aguarda,
lámpara hermosa,
luz de cristal
y el viento llega
meciendo el barco
con un cariño
que es maternal.
En esta noche
todo es encanto,
todo está en calma,
nave y timón,
y cuando el alba
abra sus ojos
no habrá recuerdo
de esta canción.
A la rosa que lleva en los labios
la quiere vestir de plata,
para que nadie los bese
y un beso nunca le nazca.
Pero olvida que el amor
es como el río y sus aguas
que nacen del interior
y corren por las entrañas.
Ponte guantes en las manos,
ponte un velo en la mirada,
aliméntate del olvido
para que no sientas nada.
Ya no mires a la Luna
y no vuelvas a la mar,
ni a sus olas ni a su espuma.
ni a su aliento de Mistral.
Y cuando hayas borrado
cualquier signo de amor,
entonces, ya lo has logrado,
ya has matado al corazón.
Qué son esas golondrinas
que llegan bordando el viento
cruzando por la alameda
de mis cimientos.
Que yo no quiero avecillas
que auguren ningún encuentro
y más sabiendo de amor
su raso vuelo.
Que vuelen hacia otra parte,
que partan hacia otros cielos;
antes que me una a ellas
con un te quiero.
Cuando ya se rompan todas las cadenas y nada nos una a la tierra y mar, quizá vengan otros, de párvulos ojos, a nuestros poemas en boca entonar. Seguirá el amor, dado mano en mano, seguirán los besos dándose a la par, seguirán los otros, de miel heredados, pero nuestras rimas ya no se unirán. Mas en el momento en que sean sentidos cobraremos vida, la que nos darán, les pondrán dos alas a lo que escribimos y a través de ellos nos despertarán.
Los problemas del parque no son los bancos, que los hay, ni los columpios; ni los árboles, avecillas, hormigas y papeleras. Los problemas del parque no se ven porque se hablan:
Es el hijo que se ha divorciado, el nieto que no come, lo mal que está la vida con tanto sinvergüenza suelto; el viento que hace hoy y el calor que ayer hizo. Lo buenas que están las croquetas que hace el abuelo, tan buenas, que cuando va a echar mano de ellas, con suerte, le dejan una.
El solitario hombre que abre una lata de atún sobre la hoja de periódico que hace de mantelito.
Pero para que todo ello se dé, para que esos problemas, no ya que se resuelvan sino que se desfoguen, que a veces suele aliviar, es necesario ese escenario que para quien va con prisas pasa inadvertido.
Ese rayo de sol de las cuatro de la tarde que llama a sentarse en el banco que da al oeste; el magnífico color granate del pruno, el alto y espigado pino lleno de piñas que intenta tocar el cielo año por año. Las despeinadas palmeras. El jaleo de los gorriones y ese céfiro empapado de salitre que sube desde la playa y se expande como un suspiro de la bajamar. El tumulto de los niños chicos que sacan a botar la pelota y da miedo verlos; los jovenzuelos en pandilla que llegan, al salir del instituto, con los dedos pegados a los teléfonos móviles. Y los labios que se pegan a otros labios.
Su mirada se volvió dura, helada, plana y brillante como una bandeja de acero inoxidable y por primera vez empezaba a sentirse bien: todo le resbalaba.
TORMENTA DE VERANO
Están cogidos de la mano
en silencio,
bajo los soportales.
El niño mira su columpio,
muy triste,
bajo la lluvia,
y no lo entiende.
El padre mira al niño:
es la vida, hijo
-quisiera poder decirle-,
y no ha hecho más que empezar.
RETRATO DEL POETA ADOLESCENTE
Un paquete de tabaco,
un libro de poemas,
cuarenta duros
para tomar unas cervezas...
Poca cosa, es verdad:
pero para mí era suficiente.
Y entonces aparecieron las mujeres.
LAS RESACAS
Las primeras tienen
su cosa, es cierto. Otra vez
con el vaso en la mano
uno se siente a gusto de sentirse
tan mal, de tener ese cuerpo,
de ser al fin el blanco
de miradas y sonrisas (comentarios
jocosos, vacilones), ya sabes,
de sufrir como un hombre.
Luego vienen las otras.
las de siempre, las clásicas,
sin el encanto de la novedad,
las que uno ya conoce en su justa
medida, aburridas y tercas,
pegajosas, las que apenas
sorprenden, las que una mañana
te avisan que ojo al parche,
pero tú ni te enteras.
Las últimas resacas,
las auténticas, las de verdad,
las que ni risas ni miradas
que valgan, las del vómito
encima, las del asco
y las lágrimas, las del miedo
a vivir y a morir de repente,
las de la más absoluta soledad,
esas, amigo mío, mejor
que no las tengas que pasar.
YA ESTÁ
Ya poseemos
casi todo
lo que nos iba
a hacer felices.
Puede decirse
que lo hemos
conseguido.
Ya está.
Ahora solo
nos queda
comprobar
hasta qué punto
fuimos sinceros
con nosotros
mismos.
Ya llevaban tiempo observando tanto la rutina como el horario de los empleados. Éstos eran tres: el director de la sucursal, un hombre bajo y regordete, de frente amplia que le llegaba hasta media cabeza en donde comenzaba el reinado de unos cabellos ruinosos totalmente en contraposición con los de sus cejas que parecían aquellas el albergue de los pelos que habían emigrado a primera línea de frente. Cojeaba un poco de la pierna derecha pero era de paso rápido; generalmente iba vestido con traje de corte italiano cuyo color de tela lo determinaba la estación del año. El segundo empleado era el interventor, en éste caso fémina; una mujer alta como una torre, de caderas generosas que trataba de ocultar con prendas anchas. Su rostro era agradable aunque pocas veces sonreía, tenía las facciones dulces con dos hoyuelos en las mejillas que celebraban las ocasionales sonrisas apareciendo como dos lunitas de la noche de San Juan. No gustaba mucho de maquillaje, tampoco le hacía falta, el verde miel de sus ojos era más que suficiente adorno en aquel rostro de rubor natural. Por último estaba el cajero, un hombre rubio de ojos redondos enmarcados en unas redondas lentes. Llevaba colgado al cuello una medalla del Barça de oro de 18 quilates que lucía con orgullo, incluso llevando corbata la dejaba caer por fuera, como despreocupadamente, pero bien sabían los clientes forofos del Madrid que no era por casualidad. Si tenía que moverse de un lado a otro dentro de su habitáculo lo hacía en su silla de oficina que tenía ruedas; se arrastraba sobre ella empujándose con los pies e impulsándose con el cuerpo, si era menester, se agarraba a cualquier mueble para llegar al objetivo. Atracar un banco no es tarea fácil, y menos que salga bien, pero Tico y Taco no tenían nada que perder...ya. Entraron vestidos de nazarenos, vesta hasta los pies, guantes, alforjas interiores que, si antes iban llenas de caramelos habrían de salir llenas de billetes; capa de raso y capirote en la cabeza libre del plástico cónico que hace de armazón de la tela que lo cubre. Los únicos, pues, que quedaban a la vista eran sus cuatro ojos, dos por barba, asomados a los pequeños ventanucos de la tela. Para disimular cogieron turno de la máquina expendedora de la entrada. Los cinco clientes que hacían cola giraron simultáneamente sus cabezas ante tamaña aparición. Una señora de ochenta y pico años se persignó y le cogió la mano a uno de ellos para besársela. Tico miraba a Taco. Taco le dió con el codo a Tico y éste, ante el besamanos de la señora hizo una genuflexión. Otro de los clientes, un inglés españolizado, sacó su móvil del bolsillo y marcó una tecla, acto seguido apareció su mujer con una cámara de fotos en la mano, en la otra un Yorsay acomodado en su antebrazo que metió dentro del bolso que llevaba colgado para tener más margen de maniobra con la cámara. Comenzó a disparar apuntado a los Tico´S. El inglés rompió filas por colocarse junto a ellos para la foto, el de la medalla, que estaba dentro de la vitrina, salió con su silla ergonómica y hasta el hombre de los cupones que en aquel momento entraba en la sucursal se unió a la foto. En menos de un minuto director e interventora se comunicaron por llamada interna, salieron para ver qué ocurría sumándose al evento con la suerte de que la mujer llevaba en su bolso un palo selfie lo que dio lugar a que todos, en excéntrico conjunto, quedaran inmortalizados ese día. En realidad nada salió como se esperaba, ni el día en sí, para más decir, puesto que ya llevaban anunciando por la televisión desde hace tiempo que ese día era el del fin del Mundo.
Uno de los requisitos que le pidieron para ejercer aquel trabajo era la discreción y que lo que allí escuchara, allí quedara. Aceptó sin ninguna contrariedad, vamos, con lo que le había costado encontrar aquel empleo...cuanto menos, aquella norma de la casa le pareció una menudencia.
Servía las mesas con mucha corrección, amabilidad y prestancia pero el hecho de que no pudiera comentar ni con los compañeros los disparates que la gente habla no quita que los escuchara.
Aquella mañana se sentaron a la mesa dos hombres vestidos elegantemente, pidieron para el almuerzo dos copas de vino que regarían un par de entrecots en el paladar y natillas de postre.
Entre el ir y venir de la mesa a la cocina, de la cocina a la barra evidentemente el oído no se duerme por lo que sin poder evitarlo escuchaba fraccionadamente la conversación.
-Ayer me llegaron los caballos, tres pura sangre de raza árabe.
-Tengo que verlos.
-Vente el domingo a la finca y pasas allí el día. Tráete a Irina ahora que tu mujer está de viaje- una sonrisa maliciosa firmó sus palabras,
-Oye ¿cómo te lo montas para que nadie sospeche? eres un bribón.
-Lo mismo que tú, a ver, ¿cómo has encontrado esa perla del Báltico? ¿no ha sido...entre bambalinas? Pues yo igual sólo que, a ti, te van más los bienes carnales y a mi los terrenales.
Soltaron ambos una carcajada al unísono.
El camarero regresó a la barra, a la espera de que algún cliente requiriera ser atendido; apoyando el codo sobre el mostrador guiñó un ojo al barman que en ese momento secaba las copas con un paño impoluto y aquel, levantando un poco la barbilla, le hizo la presentación:
-Son el alcalde y el concejal de cultura de la provincia vecina, vienen muy a menudo a comer y el jefe muy contento que está con el dinero que se dejan.
El camarero guardó su pacto de silencio pero sopesando muy pensativo, al final se dijo para sí, -- Uff..no...que me ha costado mucho encontrar empleo.
Que me perdone Cervantes
por traer a Don Quijote
a éstas tierras de Levante.
Este poema lo escribí hace tiempo pero valga como mi pequeño homenaje a tan insigne escritor e inigualable en la literatura no sólo española sino universal.
Pasó grande caballero,
una vez, por estas tierras,
iba con fiel escudero
y a vos os cuento en leyenda.
Entró con paso templado
por donde se abre la puerta
de esta tierra salinera
que, si acaso tuviera huerta,
¡y si molinos hubieran!
no son más que blanca yerba
y velas en mar abierta.
Pidió aquí noble señor,
en la noche, cama y vianda;
para hidalgo y servidor
dieron sábanas de Holanda.
Y soñó el gran soñador
con su amada Dulcinea
creyendo escuchar su voz
arrullada en la marea.
Levantóse el buen Quijote
siguiendo el perfume a brea
y detrás, buen Sancho, a trote,
lo secundó hasta la arena.
-¡Sancho!, ¿no oís vos esas voces
que cantan? ¡es Dulcinea!
¿O es la mar que en ésta noche
está muriendo de pena?
-¡Presto marcho ya en pos della!
¡vive Dios que no habrá nadie
que causarle un daño atreva!
Si es la mar, que con el aire,
está juntando sus fuerzas
¡yo soy caballero amante
y no habrá quién me detenga!
Cuando las olas cubrían
más allá de su cintura,
se apagó la melodía
y se encendió su cordura.
Boca que arrastra mi boca. Boca que me has arrastrado: boca que vienes de lejos a iluminarme de rayos. Alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco. Boca poblada de bocas: pájaro lleno de pájaros. Canción que vuelve las alas hacia arriba y hacia abajo. Muerte reducida a besos, a sed de morir despacio, das a la grama sangrante dos tremendos aletazos. El labio de arriba, el cielo y la tierra el otro labio. Beso que rueda en la sombra: beso que viene rodando desde el primer cementerio hasta los últimos astros. Beso que va a un porvenir de muchachas y muchachos, que no dejarán desiertos ni las calles, ni los campos. ¡Cuánta boca ya enterrada, sin boca, desenterramos! Bebo en tu boca por ellos, brindo en tu boca por tantos que cayeron sobre el vino de los amorosos vasos. Hoy son recuerdos, recuerdos, besos distantes y amargos. Boca que desenterraste el amanecer más claro con tu lengua. Tres palabras, tres fuegos has heredado: vida, muerte, amor. Ahí quedan escritas sobre tus labios.
Marco Alejandro Tomás Rodriguez Alvarez, mucho nombre me puso mi madre.
No debió tener las ideas claras la buena mujer, me da que pensarlo porque, irónicamente, nunca tuve padre conocido.
Me criaron entre ella, mi abuela, y una tía que no estaba muy en sus cabales. Recuerdo lo sumamente religiosa que era mi abuela, tanto, que con siete años me hizo monaguillo de Don Tadeo. Aprendí todas las oraciones en latín, lo que amplió, gracias al cielo, mi cultura.
Me tropecé con la guerra como tantos otros compañeros de escuela y salimos de una instrucción para meternos en otra cambiando los carboncillos por pistolas.
Y ahí comenzó la andadura de mi ser por aquella España de oscuros vientos.
Antes de nada diré que, años arriba años abajo, coincidí en tiempo con Miguel Hernández, por lo que, cuando me pidieron que recitara uno de sus poemas en el centenario de su nacimiento, no pude, debido a que en mi avanzada edad los recuerdos llegan tan vívidos que hasta vuelvo a sentir el aliento en mi cara del último suspiro de mi compañero Elías en una fría mañana de un pueblecito de Ávila.
Todo lo que cuenta en sus poemas, Vientos del Pueblo fue el elegido, lo he vivido en carnes propias; he comido mucha cebolla, nos peleábamos por los ratones y he dormido una noche en un pajar al lado de un muerto y si tengo que agradecer a mi madre algo es que me hubiera puesto tantos nombres porque con ello, me dio la oportunidad de ir suprimiéndolos según se terciara, para pasar lo más posible inadvertido por aquel mundo de miseria.
Me escapé de la muerte como un niño escapa de las olas en la orilla, corriendo, porque me ha perseguido el hambre, el frío, la viruela y un tiro que llevo en el hombro.
Me enamoré de una prostituta, nadie sabe lo que había detrás de aquellos labios de carmín, de aquellos brazos calurosos y de aquellos ojos tristes. Yo lo vi, porque estaba tan necesitado de amor como ella. Pero ella siempre supo lo que era, yo también, sólo que teníamos distintos conceptos de la misma verdad y no quiso seguir conmigo, me aventuró un futuro mejor y me dejó. No sé si aún vivirá, pero siendo el caso que sí, sabrá que nunca la he olvidado.
Cuando la guerra acabó regresé a mi casa, en un castizo barrio de Madrid, pero mi abuela ya no estaba, ni la casa pude recibir como herencia porque me dieron por desertor y gracias a un salvoconducto que una buena persona me proporcionó pude salir del país y dejarme caer en otra parte de Europa.
Viví muchos años con el miedo en los talones porque si malas son las guerras también lo son los rencores, y como digo yo, cuando uno se presta voluntario a hacer algo y ese algo es malo tarde o temprano debe pagar por ello, pero, ¿alguien nos preguntó? no, eran dos opciones, o vas al frente o al paseíllo. Elegí lo primero pero actué a mi manera y sé que tuve de frente una estrella, en latín o en castellano.
Así que ahora veo en las noticias las cosas que pasan, las guerras y no, no hemos cambiado mucho, se sigue comiendo cebolla y ratones en cualquier parte del mundo.
La Mujer
lleva en su cesto de las flores
la más blanca,
la que no han tocado dedos
ni ha sido jamás cortada.
Ahí la cultiva, fragante,
envuelta en agua ondulada,
delicadamente cautiva
maternalmente guardada.
En tanto, la Luna le avanza,
tres trimestres gloriosos,
nueve meses de esperanza,
tiempo en que abrir los ojos
su florecilla temprana.
La Mujer lleva a la Rosa,
lleva al Jacinto,
lleva al Clavel,
lleva un Nenúfar en su cestillo
al que, la Luz, troca pétalo en piel.
Luis y Mercedes acabaron su relación definitivamente. Hacía tiempo que aquel barco navegaba escorado, la línea de flotación se hundía cada vez más y además de ello perdieron las coordenadas que un día llevaron el uno al otro.
No pasa nada, todo tiene solución y como personas sensatas dentro del pequeño caos que significa deshacer lo decidieron muy meditadamente. Cada uno, después de disuelta su relación, no con pocos trámites burocráticos, hizo su vida.
Pero había una tercera persona, Quique, un niño de siete años, avispado e inquieto, amante de sus padres, feliz y orgulloso de ellos, de cada uno de ellos, de mamá por lo atenta que era con todo: con su comida favorita, con la ropa que elegía para él, con la atención y la paciencia que demostraba cada vez que se sentaba junto a él para repasar los deberes de la escuela.
Con papá no era menos observador de sus atenciones: lo llevaba a pescar a chambel en el pequeño barco de un amigo, le leía cuentos por las noches antes de dormir y lo más chulo es que también se los inventaba y sabía que a hurtadillas siempre le llevaba un vaso de agua que dejaba en la mesita de noche por si tenía sed a medio sueño. Le encantaba, además, que lo llevara a hombros por la calle.
Tenía los padres ideales, perfectos y encima muchas veces los había visto darse besos.
Quique respiraba a todo pulmón, lo tenía todo.
Cuando sus padres se separaron él lloró mucho, no comprendía nada, los veía malos, muy malos a los dos, egoístas, muy egoístas, ¿acaso habían pensado en él, en lo que él quería? El carácter le cambió, volviéndose tímido, inseguro, estaba asustado, mucho más cuando le dijeron que debía pasar unos días con mamá y otros con papá pero en otra casa.
Sólo tenía una idea en la cabeza, que le habían enseñado a tenerlo todo para después quitárselo. no era justo, su amor hacia ellos era su amor hacia ellos y a lo que ellos dos juntos, como padres, le aportaban.
Nada fue lo mismo a partir de entonces, con el tiempo su madre conoció a un hombre y su padre a una mujer, cada uno de ellos tuvo otros hijos y a ellos sí, a ellos sí le dieron un padre y una madre juntos.
Papá le daba los besos que debían haber sido para él a sus otros hijos y mamá le permitió a su niña tener a su lado un padre.
Quién sabe de esa soledad, del hueco, que queda en el corazón del niño que sin ser huérfano se acerca a sentirse así.
Hacer uso de la individualidad cuando se habla de grandes grupos es prácticamente un arte.
El conjunto hace la fuerza y para ello ejemplos habrán por cientos: las manifestaciones que ejercen presión sobre un comportamiento instalado, quejas y peticiones amalgamadas en una sola voz, claro que es necesaria la unión del conjunto pero, al mismo tiempo, los conjuntos son peligrosos en cuanto se pierde el sentido de la conciencia individual.
Recuerdo que hace muchos, muchos años, había un lugar muy bonito al que prácticamente la mayoría de los habitantes del pueblo iban a pasar los días de Pascua. Era el antiguo cauce de un río que ahora está seco y alrededor de él seguía viva toda la arboleda de un ayer, quizás aún quedasen bajo tierra lenguas de agua. Pues bien, era la costumbre visitarlo unos días al año pero cuando la gente se iba todo quedaba sucio, lleno de plásticos, latas, papeles, la basura orgánica era lo que menos perjudicaba puesto que la fauna que allí habitaba en cierta manera se encargaba de hacerla desaparecer.
Entonces las autoridades municipales decidieron cerrar aquel espacio que en tan sólo dos días sufría una terrible transformación.
Había que proteger el medio ambiente puesto que uno a uno quizás no le hagamos daño pero en estos casos el conjunto es demoledor.
Aunque merezca un aplauso aquella decisión no es para tanto ya que años más tarde aquellos terrenos por lo visto dejaron de importar, o por lo menos,, menos que el dinero y hoy en día, excepto en el mismo cauce seco del río (porque allí no se puede que si no...) no hay más que construcciones de bungalows alrededor.
Lo que vengo a decir es que donde acudimos en masa somos destructivos, como una plaga, lo mismo da que sea al supermercado de las rebajas que a una playa y añado que menos mal que a la Luna no se puede ir en coche porque si no, nos dura dos días el pobre satélite.
Que no hayan reglas o prohibiciones no es símbolo de libertad, porque es entonces cuando más necesaria es la conciencia reglada y arreglada.
Playa de Las Catedrales, en Lugo (Galicia) otro ejemplo de que si no hubiesen restricciones en las visitas acabarían con ella.
Aquella parte de la naturaleza que está sin descubrir, que no conocemos, es la única, tal vez, que perdure en el tiempo y no me considero pesimista por pensar así, si ignorando conservamos, que vivan muchas ignorancias.
Es uno de los cuentos cortos para reflexionar de Jorge Bucay que he leído, me ha gustado y aquí lo dejo.
No había en el pueblo un oficio peor conceptuado y de peor pago que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque sus padres había sido porteros de ese prostíbulo y también antes, el padre de su padre. Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y la portería se pasaba de padres a hijos. Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio. Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero le dijo: A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar una planilla semanal. Allí anotará usted la cantidad de parejas que entran día por día. A una de cada cinco le preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me presentará esa planilla con los comentarios que usted crea convenientes. El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero..... Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni escribir. ¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra persona para que haga esto y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda a escribir, por lo tanto... Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida, también mi padre y mi abuelo... No lo dejó terminar. Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le vamos a dar una indemnización, esto es, una cantidad de dinero para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte. Y sin más, se dio vuelta y se fue. El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó así casa, por primera vez, desocupado. ¿Qué hacer? Recordó que a veces en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo y clavos se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo. Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Tenía que comprar una caja de herramientas completa. Para eso usaría una parte del dinero recibido. En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferretería y que debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. ¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha. A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su vecino. Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme. Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo... Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano. Está bien. A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula. Hagamos un trato - dijo el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?. Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días... Aceptó. Volvió a montar su mula. Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa. Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? Sí... Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje y una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe, no todos podemos disponer de cuatro días para nuestras compras. El ex - portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. "...No todos disponemos de cuatro días para compras", recordaba. Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas. En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del dinero de la indemnización, trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes. La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas, viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde almacenar las herramientas podría ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquiló un galpón. Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas después con una vidriera, el galpón se transformó en la primer ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, de la ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más lejanos preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos..... Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas. El empresario más poderoso de la región. Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases, decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría además de lectoescritura, las artes y los oficios más prácticos de la época. El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y una importante cena de agasajo para su fundador. A los postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo: Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primer hoja del libro de actas de la nueva escuela. El honor sería para mí - dijo el hombre -. Creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto. ¿Usted? - dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo - ¿Usted no sabe leer ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir? Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -. Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del prostíbulo.