martes, 22 de marzo de 2016

Reproche

No di el tiempo por perdido,
el que se llevó mis años
y mi juventud de lirio.

No di el tiempo por perdido.

Como no lo dan las aguas
corriente abajo en el río
cuando llegan al mar
perdiendo dulzor y brío.

No di el tiempo por perdido.

Pero un reproche le guardo,
sin fuerzas para un desafío,
porque no ha hecho que antes
yo te hubiera conocido.


sábado, 19 de marzo de 2016

La tercera persona



Luis y Mercedes acabaron su relación definitivamente. Hacía tiempo que aquel barco navegaba escorado, la línea de flotación se hundía cada vez más  y además de ello perdieron las coordenadas que un día llevaron el uno al otro.
No pasa nada, todo tiene solución y como personas sensatas dentro del pequeño caos que significa deshacer lo decidieron muy meditadamente. Cada uno, después de disuelta su relación, no con pocos trámites burocráticos, hizo su vida.
Pero había una tercera persona, Quique, un niño de siete años, avispado e inquieto, amante de sus padres, feliz y orgulloso de ellos, de cada uno de ellos, de mamá por lo atenta que era con todo: con su comida favorita, con la ropa que elegía para él, con la atención y la paciencia que demostraba cada vez que se sentaba junto a él para repasar los deberes de la escuela.
Con papá no era menos observador de sus atenciones: lo llevaba a pescar a chambel en el pequeño barco de un amigo, le leía cuentos por las noches antes de dormir y lo más chulo es que también se los inventaba y sabía que a hurtadillas siempre le llevaba un vaso de agua que dejaba en la mesita de noche por si tenía sed a medio sueño. Le encantaba, además, que lo llevara a hombros por la calle.
Tenía los padres ideales, perfectos y encima muchas veces  los había visto darse besos.
Quique respiraba a todo pulmón, lo tenía todo.
Cuando sus padres se separaron él lloró mucho, no comprendía nada, los veía malos, muy malos a los dos, egoístas, muy egoístas, ¿acaso habían pensado en él, en lo que él quería? El carácter le cambió, volviéndose tímido, inseguro, estaba asustado, mucho más cuando le dijeron que debía pasar unos días con mamá y otros con papá pero en otra casa.
Sólo tenía una idea en la cabeza, que le habían enseñado a tenerlo todo para después quitárselo. no era justo, su amor hacia ellos era su amor hacia ellos y a lo que ellos dos juntos, como padres, le aportaban.
Nada fue lo mismo a partir de entonces, con el tiempo su madre conoció a un hombre y su padre a una mujer, cada uno de ellos tuvo otros hijos y a ellos sí, a ellos sí le dieron un padre y una madre juntos.
Papá le daba los besos que debían haber sido para él a sus otros hijos  y mamá le permitió a su niña tener a su lado un padre.
Quién sabe de esa soledad, del hueco, que queda en el corazón del niño que sin ser huérfano se acerca a sentirse así.

lunes, 14 de marzo de 2016

De sonrisa y miradas


Es tu sonrisa la sementera
de este no estar que tiene
mi alma entera.
Si me dicen que atienda
que ponga caso
al deber de la hacienda
y a su trabajo
se me va todo el tiempo
en el recordarte
callecita hacia abajo
llegando al parque.
Manzanitas recojo
una por una
y la más deliciosa
guardo por tuya.
Que no sepa mi madre
ni mi padre se entere
que tu boca loquita
loca me tiene.
Si he de hablar de tus ojos,
pila de agua bendita,
al mirarme celosos
son dinamita
y los míos candil
cuando en ellos se paran
somos un polvorín
de sonrisa y miradas.



domingo, 13 de marzo de 2016

miércoles, 9 de marzo de 2016

La plaga

Hacer uso de la individualidad cuando se habla de grandes grupos es prácticamente un arte.
El conjunto hace la fuerza y para ello ejemplos habrán por cientos: las manifestaciones que ejercen presión sobre un comportamiento instalado, quejas y peticiones amalgamadas en una sola voz, claro que es necesaria la unión del conjunto pero, al mismo tiempo, los conjuntos son peligrosos en cuanto se pierde el sentido de la conciencia individual.
Recuerdo que hace muchos, muchos años, había un lugar muy bonito al que prácticamente la mayoría de los habitantes del pueblo iban a pasar los días de Pascua. Era el antiguo cauce de un río que ahora está seco y alrededor de él seguía viva toda la arboleda de un ayer, quizás aún quedasen bajo tierra lenguas de agua. Pues bien, era la costumbre visitarlo unos días al año pero cuando la gente se iba todo quedaba sucio, lleno de plásticos, latas, papeles, la basura orgánica era lo que menos perjudicaba puesto que la fauna que allí habitaba en cierta manera se encargaba de hacerla desaparecer.
Entonces las autoridades municipales decidieron cerrar aquel espacio que en tan sólo dos días sufría una terrible transformación.
Había que proteger el medio ambiente puesto que uno a uno quizás no le hagamos daño pero en estos casos el conjunto es demoledor.
Aunque merezca un aplauso aquella decisión no es para tanto ya que años más tarde aquellos terrenos por lo visto dejaron de importar, o por lo menos,, menos que el dinero y hoy en día, excepto en el mismo cauce seco del río (porque allí no se puede que si no...) no hay más que construcciones de bungalows alrededor.
Lo que vengo a decir es que donde acudimos en masa somos destructivos, como una plaga, lo mismo da que sea al supermercado de las rebajas que a una playa y añado que menos mal que a la Luna no se puede ir en coche porque si no, nos dura dos días el pobre satélite.
Que no hayan reglas o prohibiciones no es símbolo de libertad, porque es entonces cuando más necesaria es la conciencia reglada y arreglada.



Playa de Las Catedrales, en Lugo (Galicia) otro ejemplo de que si no hubiesen restricciones en las visitas acabarían con ella.
Aquella parte de la naturaleza que está sin descubrir, que no conocemos, es la única, tal vez, que perdure en el tiempo y no me considero pesimista por pensar así, si ignorando conservamos, que vivan muchas ignorancias.

Resultado de imagen de playa de las catedrales


domingo, 6 de marzo de 2016

El portero del prostíbulo

Es uno de los cuentos cortos para reflexionar de Jorge Bucay que he leído, me ha gustado y aquí lo dejo.

No había en el pueblo un oficio peor conceptuado y de peor pago que el de portero 
del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? 
De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra 
actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque sus padres había sido 
porteros de ese prostíbulo y también antes, el padre de su padre. 
Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y la portería se 
pasaba de padres a hijos. 
Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostíbulo un joven con 
inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio. 
Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas 
instrucciones. 
Al portero le dijo: A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va 
a preparar una planilla semanal. Allí anotará usted la cantidad de parejas que 
entran día por día. A una de cada cinco le preguntará cómo fueron atendidas y 
qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me presentará esa planilla 
con los comentarios que usted crea convenientes. 
El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero..... 
Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni 
escribir. 
¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra 
persona para que haga esto y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda 
a escribir, por lo tanto... 
Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida, 
también mi padre y mi abuelo... 
No lo dejó terminar. 
Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le 
vamos a dar una indemnización, esto es, una cantidad de dinero para que 
tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte. 
Y sin más, se dio vuelta y se fue. El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que 
podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó así casa, por primera vez, 
desocupado. ¿Qué hacer? 
Recordó que a veces en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se 
arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo y clavos se las ingeniaba 
para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podría ser una 
ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo. 
Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos 
oxidados y una tenaza mellada. 
Tenía que comprar una caja de herramientas completa. 
Para eso usaría una parte del dinero recibido. 
En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferretería 
y que debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la 
compra. 
¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha. 
A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. No había 
terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su 
vecino. 
Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme. 
Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como 
me quedé sin empleo... 
Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano. 
Está bien. 
A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, 
yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? 
No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de 
mula. 
Hagamos un trato - dijo el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los 
dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le 
parece?. 
Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días... 
Aceptó. Volvió a montar su mula. 
Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa. 
Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? 
Sí... 
Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de 
viaje y una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe, no todos 
podemos disponer de cuatro días para nuestras compras. 
El ex - portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un 
destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. 
"...No todos disponemos de cuatro días para compras", recordaba. Si esto era 
cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas. 
En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del dinero de la 
indemnización, trayendo más herramientas que las que había vendido. De 
paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes. 
La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. 
Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas, viajaba y compraba lo 
que necesitaban sus clientes. 
Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde almacenar las 
herramientas podría ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquiló un galpón. 
Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas después con una 
vidriera, el galpón se transformó en la primer ferretería del pueblo. 
Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, de la 
ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. 
Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más lejanos 
preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. 
Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las 
cabezas de los martillos. 
Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego 
fueron los clavos y los tornillos..... 
Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se 
transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de 
herramientas. El empresario más poderoso de la región. 
Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases, decidió 
donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría además de lectoescritura, las 
artes y los oficios más prácticos de la época. 
El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la 
escuela y una importante cena de agasajo para su fundador. A los postres, el 
alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo: 
Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su 
firma en la primer hoja del libro de actas de la nueva escuela. 
El honor sería para mí - dijo el hombre -. Creo que nada me gustaría más que 
firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto. 
¿Usted? - dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo - ¿Usted no sabe leer 
ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? 
Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y 
escribir? 
Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -. Si yo hubiera 
sabido leer y escribir... sería portero del prostíbulo.