lunes, 18 de junio de 2018

De melones.

Enrique y Julia viajan a la costa, comienzan sus esperadas vacaciones de verano tan merecidas, desde enero se han hecho la firme la firme propuesta de quedarse en España en lugar de ver mundo como en otras ocasiones, aquí también se puede disfrutar de unas maravillosas vacaciones en el mar.
El primer día, contra todo pronóstico, no pisan la arena, lo dedican a ordenar lo que han traído en las maletas, a comprobar que está todo correcto en el apartamento alquilado y  abastecerse de las cosas más básicas para tener cubierto el desayuno y el aseo personal, se van de compras. Por la tarde a pasear y a cenar en un restaurante elegido a dedo.
Pero el segundo día, tal como amanece, desayunan, ordenaron lo poco que hay que ordenar y bajan a la playa.
-Qué gozada July- dice Enrique tras haber plantado la sombrilla y desplegado la hamaca en la que se acomoda como un lagarto al sol. Pierna aquí pierna allá, con esa paz interior que te produce saber que dentro de la nevera te está esperando una cerveza fresca que en cualquier momento va a ser disfrutada con la misma alegría que el que descorcha esa botella de champán después de haber ganado la carrera de MotoGP pero, con la satisfacción añadida de que en esta ocasión, el máximo esfuerzo que tienes que hacer para merecidamente saborearla es quitarle la chapa... plop...fsss...glub glub.
Julia anda con su ritual de potingues playeros, protector solar para el cuerpo, protector solar para la cara, bruma facial, pamela, gafas de sol, silleta confortable y té de limón enfriándose junto a las birras.
La playa comienza a llenarse poco a poco de gente, la arena desaparece en tanto se va llenando de toallas, llega un momento en que queda literalmente alfombrada.
Una voz se escucha:
Melones, traigo melones manchegos ¡vamoos que me los quitan de las manos!
Enrique da un salto de la hamaca.
-¡Oyes? ¡ melones de La Mancha! voy a comprar alguno que además de que son buenos están buenos.
En el bolso hay monedas, creo que siete u ocho euros, cógelos pero no cargues con  muchos que no nos vamos a pasar todas las vacaciones dale que dale al melón.
Se levanta de su trono de rejilla de nylon azul marino y se va derecho al señor que los vende.
Media hora después y aún no ha regresado.
Julia  está preocupada, dónde estará metido éste hombre...así que se marcha caminando por la orilla a buscarlo porque al de los melones hace rato ya que no lo escucha.
De repente ve un revuelo de gente, como a unos cien metros de donde se halla, se acerca  preocupada para ver lo que es puesto que Enrique no aparece y aquello le inquieta ¿le habrá pasado algo? ¡ay Dios! Cuando está al lado lo primero que ve fuera del corrillo que ha hecho la gente son dos bolsas de plástico tiradas en la arena con la fruta dentro, ni rastro de Enrique; se abre paso entre la gente y entonces lo encuentra frente a una chica en top les ¡y con las manos en sus...melones! ¡Enrique! ¿qué haces? ¿ la cata?
Enrique se da la vuelta sorprendido y responde:
Le ha picado una medusa y como no hay puesto de socorro la estoy curando ¿recuerdas que soy médico, melona mía?

Retando a Oncina en cuentos de verano con delirios y melones jajaja.



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