martes, 10 de julio de 2018

De Melones -Capítulo XIV- de Oncina

Los hombres también lloran, eso es verdad, que alivio de felicidad sintió Enrique al darse cuenta de la buena decisión que tomó su futura mujer dedicando sus esfuerzos personales a la dermatología y no a la poesía.

Ya sabía cual sería su discurso de boda.


Te conocí siendo niña,
eras un pato aparato
un poquito modosita
y con los dientes muy largos,
en el cole te quería
solamente meter mano.
Eras terrible chiquilla
y me diste un buen guantazo.
Lo recuerdo todavía,
acongojado me hallo
y me tapo la mejilla
desde que te di aquel aro
en medio de la salita,
mientras al cielo proclamo
que yo lo que más quería
era evitar un tortazo
porque ya sé cuanto pica.
Perfecto, no sabía si tendría valor para leerlo delante de Don Remigio, pero veía claro que con ese poema podía aspirar al Nobel de Literatura, iba a dejar los callos para ser el Bécquer del siglo XXI.
Sí, el pobre Enrique tiene un gusto literario un poco extraño y, lo que es peor, cree que a Julia le gustará que le recuerden lo de Pato-aparato, se queda pensando en la similitud que acaba de encontrar entre Jenny y Julia, las dos tienen unos buenos colmillos y él la carne muy tiernita.

El día D a la hora H todo pinta excelentemente; el sol reina en el cielo, el mar está en calma, la brisa es suave y controlada, ideal para ondear el vestido de novia como en los anuncios de la televisión y no tan fuerte como para llevarse los sombreros de los pocos invitados, Jenny lleva más de veinticuatro horas sin aparecer, Enrique ha comprado un anillo bien gordo en el Burguer King, Don Remigio ha aceptado oficiar la boda, la ambulancia del "Ponte Bien" está a cien metros esperando cualquier posible eventualidad, más vale prevenir que curar.


Julia se vestía de blanco y pensaba: "Ir de vacaciones y volver a casa casados, qué emoción, ni en las mejores películas románticas pasan estas cosas". "Además este vestido me queda genial, ya sabía yo que un vestido de boda en la maleta de los "porsiacaso" no iba a sobrar".
Ahí, junto a las botas de agua, el botiquín de primeros auxilios, las balas de plata contra licántropos y el paraguas estaba el vestido perfecto.

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