domingo, 11 de agosto de 2013

La carabina.

Debía de ser peligroso, por aquellos entonces, salir de paseo con el novio a solas. Cosa peor ir al cine, puesto que cabía la posibilidad de sentarse en la última fila, arropados por la semi- oscuridad y dar paso sin miedo a ser vistos, a los mimos y carantoñas naturales en dos enamorados. He aquí que se inventó el papel de "la carabina"; la compañía absurda que siempre estaba de más. No porque la persona a la que le correspondía ese papel fuera menospreciada, no, no sería por eso puesto que a veces, esa personita ignoraba el verdadero sentido de su compañía. Generalmente solía ser una prima, una hermana pequeña o una amiga, sino por el respeto y la coacción que ejercía sobre los buscadores de arrumacos. Cosa distinta era cuando la carabina era la abuela, ¡ah!, ella si que iba atenta a todo detalle subliminal.
Narciso y Violeta llevaban la suya, la hermanita de la moza.
Vivían en un pueblo castellano y eso, como en el resto de España, en aquellos tiempos era algo natural, pero molesto.
Un mediodía de mitad de junio, Violeta se dirigió por el camino llamado "de los vientos" a la era donde Narciso arreglaba el campo. Un rebaño de nubes moradas pastaban por el cielo y pronto comenzaron a balar anunciando tormenta. Le llevaba una fiambrera con un  consistente puchero recién hecho, un bollo de pan y la bota de vino.
Narciso conducía los bueyes que peinaban la tierra. Era un mozo apuesto y lozano, sus veinte años tensaban aquella piel morena y su cabello ensortijado le daba el aspecto rebelde que a Violeta encantaba. Ella era una muchacha que inspiraba fragilidad, bajita y delgada, pero con nervio de potrillo. Cuidaba de sus dos hermanos mientras su madre trabajaba en la panificadora del pueblo.
Quedó sin padre a la edad de nueve años, aquello fue un suceso que convulsionó a todos los vecinos por el trágico desenlace. Su padre era cabrero, cincuenta ovejas pastaba la tarde que se desencadenó el lamentable acontecimiento:
Ese año fue duro en cuanto a la sequía que asoló aquella tierra que, cuando dice de ponerse verde, lo hace como si fuera un mar esmeralda, pero que, cuando la lluvia es esquiva, quema, como si el fuego fuera la raíz que brota quebrando la greda.
Apenas habían pastos, por lo que Basilio dirigió a su rebaño fuera de los límites de su comarca.
Entró en la capitanía de Damián Galván, un terrateniente dueño de grandes extensiones agrícolas, debajo de cuyas tierras corría el agua de un manantial que las perpetuaba en producción sea cual fuere la cosecha que se sembrara. Y por estas cosas de la desesperación, cruzó el límite sin permiso.
Las cabras comían las bajas yerbas que habían en derredor de las huertas, jamás se pudo decir que fuera atacada ni una sola lechuga por aquellos rumiantes, pero el guardia tenía órdenes expresas de que la escopeta no hiciera ascos a cualquier intruso que merodeara por aquel lugar.
El arcabucero fue fiel a su amo hasta la muerte de Basilio.
Fue un trágico suceso que conmocionó al pueblo bastante más que a Galván, que antes de que la guardia civil se presentara, colocó un cartel anunciando aviso de propiedad privada, "aténganse a las consecuencias". El dinero y el favoritismo cerraron aquel episodio que dejó viuda y tres hijos y un rebaño huérfano.
Las nubes engordaban a cada minuto y poco antes de que Violeta llegara a la altura de Narciso comenzó a chispear. Eran gotas multiplicadas por sí mismas las que caían con fuerza sobre su cabeza, se colocó un pañuelo cubriéndose el cabello y echó a correr. El joven la vio por el camino ondulado que se abría entre la hierba y acudió a su encuentro. Los dos reían bajo la lluvia. Tomó el capazo que portaba, le dio la mano, y reanudaron juntos la carrera.
Una pequeña casa de piedra hacía las veces de hogar para los descansos y de almacén para los útiles de labranza, en la parte posterior se encontraba el cobertizo donde las bestias se recogían.
Alcanzaron la entrada poco después que el viento, que también hizo acto de presencia. La puerta golpeaba al tiempo que los trigos vibraban al paso de aquella fabulosa mano transparente. El cielo se encendía y apagaba intermitentemente como si detrás de él se encontrara la gigantesca lámpara de un faro.
Ven -le dijo Narciso-, quiero enseñarte una cosa. Y tomándola de la mano se dirigieron a un pequeño cerro situado a la derecha.
-Nos vamos a calar, mira, si vamos empapados...menos mal que es verano porque de otra manera cogeríamos una pulmonía.
Llegados al montículo, el joven le cubrió los ojos con sus manos y le dijo -date la vuelta y no mires hasta que yo te diga.
La joven obedeció intrigada y cuando le quitó las manos de su rostro contempló algo que le pareció la cola de un cometa, un halo de burbujas blancas que emergían de aquel mar de trigo...eran briznas de hierba que flotaban sobre el campo. No se escuchaba más que el sonido armónico del viento que jugaba con los árboles y los truenos, cada vez más distantes, de aquella tormenta que había decido no quedarse en la superficie.
Después la besó y el viento los incitó al abrazo.
En aquel momento los dos temblaban, llevaban las ropas empapadas, pero no era de frío, sentían la fuerza de la tormenta dentro de su corazón, ráfagas de amor los sorprendieron en la cima del deseo. Todo quedó en silencio para dar paso al sonido de sus corazones, diríase que los dos estaban pulsados en la misma cadencia, diríase, que el amor ya necesitaba del cuerpo. Y así fue.
La carabina tal vez retrasó el encuentro, así como el dique puede contener el agua de un río, pero el agua, siempre encuentra su curso natural.

Fin.






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