Comienza el reportaje en una gran caminata por en medio del desierto azul de la Antártida. En grupo recorren exageradas distancias, sin más referencia para el lugar de encuentro que el instinto que conservan en la memoria. Un pingüino anciano hace de guía, todos los demás lo siguen.
El motivo de ese éxodo no es otro que el apareamiento. Las hembras esperan impacientes la llegada de los machos, tienen un tiempo determinado para que el huevo sea fecundado. Ellos llegan, comienzan a emitir sonidos buscando pareja, generalmente no se emparejan con la misma hembra, pero el protagonista de este reportaje busca a la que en otra temporada fue suya, Ella lo rechaza, la vez anterior él no consiguió sacar adelante a su polluelo. Y sale una imagen conmovedora, porque parece que él se siente culpable, lo sabe, y hasta parece lamentarse por ello.
En estos animales es muy curioso como se desarrolla el periodo de incubación del huevo.
El insiste, son unas imágenes realmente tiernas, ella al final lo acepta y es fecundada.
A continuación expulsa el huevo y con sumo cuidado y un tanto de malabarismo se lo pasa al macho, éste lo recoge encima de sus patas y, tras varios intentes fallidos, consigue introducirlo en una bolsa que tiene debajo de sus plumas donde permanecerá dos meses bajo su calor y protección.
Las hembras se marchan, exhaustas, al mar. Quedan agotadas y necesitan alimento, para ellas y para sus crías, que, meses después encontrarán en el mismo lugar donde quedaron con los padres.
Algunas nos regresarán y sus polluelos morirán de hambre, las focas son su enemigo natural.
Los machos queda agrupados bajo el frío polar y sus tormentas de viento, no se alimentarán en todo ese tiempo, comen nieve y forman un inmenso grupo para darse calor, todos de espaldas, unos a otros. Caminan con todo el cuidado sobre el resbaladizo hielo, evitando que el huevo caiga y se rompa, o lo pierdan. Rotan de cuando en cuando en ese grupo, de manera que los que quedan en la parte de afuera puedan ocupar también el lugar más caliente del centro. Eso me pareció un extraordinario ejemplo y lección de compañerismo y solidaridad.
El huevo eclosiona, sale el polluelo, tiene hambre y es alimentado por el padre que conserva una especie de papilla que no digiere, la guarda para ese momento, la regurgita y alimenta al recién nacido que precisa alimento para recuperar fuerzas. Así hasta que vuelven las madres y con su lenguaje de sonidos encuentran y reconocen a sus hijos.
Es realmente un espectáculo de belleza, cuidado, fuerza, instinto y amor, todo junto bajo el extremo frío polar.
Dejo vídeo, es de los más cortitos que he encontrado, pero vale la pena detenerse en uno más largo para ver toda la belleza de los pingüinos Emperador.