martes, 8 de febrero de 2022

 Tengo tengo tengo




El supermercado abría sus puertas a las 9 a.m y yo, como soy muy precavida y me olía lo que iba a suceder con la estupenda oferta del robot de cocina que salía a la venta ese día, me adelanté a la probable avalancha de clientes que estarían esperando, como poco, desde las ocho y media. Así que me presenté delante de la tienda a las siete de la mañana. Cuál no sería mi sorpresa cuando me encontré con la cola que había. Ni Lucero del Alba ni narices en vinagre. Nadie madruga tanto para ir a trabajar, sin embargo, allí había gente de todas las edades por encima de los cuarenta. Hasta supe que una señora que tenía cinco docenas de años durmió en el coche para llegar la primera.

Cogí un carro para la compra y guardé turno.

Cuando dieron las nueve y se abrieron las puertas todo el orden establecido hasta ese momento se fue a la porra. La gente empezó a adelantar por ambos lados, derecha, e izquierda, aquello parecía el Rally de Montecarlo. Algunos carros chocaban con otros y los clientes se insultaban en todos los idiomas. Tuve un fallo muy gordo, no haberme hecho un croquis de la tienda para haber llegado por el camino más corto al lugar donde colocan las ofertas.

Como el primer pasillo estaba tan concurrido opté por dar la vuelta y meterme por el tercero que es el del papel higiénico, para ello tuve que arriesgarme en el giro e ir en contradirección. Esquivar aquella masa de metal que se me venía encima no fue moco de pavo y no pude evitar un choque frontal con otro vehículo que superaba el límite de velocidad. Me hice la sorda ante los improperios del conductor.

Cuando tuve a la vista el estante donde estaban los robots pisé el acelerador pero aún con todo me adelantó un anciano que apareció de la nada. A los carritos de la compra, decididamente, les falta un espejo retrovisor.

Quedaban seis robots de cocina cuando alcancé la meta, ¡seis! Solté el manillar del chisme aquel y, cuerpo a cuerpo, me fui haciendo hueco entre troncos y axilas; me metieron un dedo en el ojo derecho; me pisaron; empujé a un hombre sin querer (evitarlo) y cuando por fin le eché mano al bulto de cartón me lo quisieron quitar, pero con una voz de ultratumba que me salió, dije: "Es mi tesoro", e inmediatamente lo soltaron. Lo apreté contra mi pecho y me fui con él en busca de mi carro, que ya no estaba. Un euro que perdí.
Así pues, cargada con mi roboti me dirigí a la línea de cajas a pagar, donde me encontré con otro rosario de personas. En los cuatro lineales abiertos para el cobro había que esperar, toda la masa humana se había concentrado ahora en ese punto. Yo tanteaba con la mirada cual iba más rápida y me cambié de una hilera a otra tres veces pensando que las otras avanzaban más ligeras, craso error, porque el que iba detrás de mí cuando estuve en la primera fila salió de la tienda mientras que, en ese mismo momento, aún me quedaban tres individuos por delante.

Me costó media nómina pero ya tengo mi robot. En tres días me aprendí el manual, dice que hace comida hasta para seis personas, lo único es que vivo sola. Ahora, eso sí, cuando baje el precio de la electricidad lo pongo en funcionamiento.
Quieras que no, era una ganga.