Añoro la caricia del beso y la paloma,
la fusta de los labios que llaman a galope,
el lecho que a dos cuerpos ofrece privilegio,
la mano que acomoda su palma a otra mejilla.
Recuerdo el sobresalto del vello que se yergue
por el jadeo en ritmo que asiste a la tangencia,
la fe desabrochada, el justo emplazamiento
de cuerpo sobre cuerpo batiendo como un ala.