jueves, 20 de marzo de 2014

La caja Mágica.

Amontonados en un rincón permanecían decenas de libros, de los cuáles, ni la mitad habían sido leídos. El polvo era el único visitante de aquellas historias encerradas.
Cada noche, cuando su dueña dormía, las letras se confabulaban entre sí en una escapada sin permiso y volaban hasta la alcoba donde ella dormía y, de alguna manera, penetraban en su mente. Formaban entonces frases ordenadas con sentido, lo cual provocaba en su inconsciente una cadena de sueños.

Por la mañana, al despertar, una sensación de vacío y soledad acudía a ella, tal como si fuera la ropa con la que tenía que vestirse.
Ya llegaba de nuevo aquella maldita sensación con nombre de depresión, que la estaba ahogando silenciosamente. Adoraba dormír, sólo quería ese mundo de sueño, dónde todo era posible, dónde no tenía que enfrentarse a nada; porque el mínimo contratiempo era para ella un reto.
Y así, día tras día la misma desgana, el mismo sobreesfuerzo que nunca le llevaba más que a desear de nuevo el sueño.
El timbre de la puerta sonó, se arregló el pelo con las manos tras mirarse en el espejo y acudió a abrír.
Era su amiga que venía a por uno de esos libros, uno que le prestó hace tiempo y que ahora necesitaba. Aprovechando la visita las dos se acomodaron en la salita de estar y charlaron durante un buen rato, acompañando la conversación con un café.
Una vez se hubo marchado, se dedicó a la búsqueda del libro solicitado, pensando que entre aquel montón desordenado le iba a costar trabajo encontrarlo.
Fué mirando los títulos uno a uno, dándose cuenta que muchos de ellos, ni siquiera los había leído. Eligió uno al azar y comenzó a ojearlo.
El tiempo pasó fugazmente, pues cuando quiso darse cuenta llevaba casi la mitad de libro leída, era tan apasionante aquella lectura que quedó enganchada a él. Lo dejó encima de la mesita marcando la página en la que se había interrumpido y continuó con sus quehaceres.
Pero algo dentro de ella estaba cambiando.
Tenía interés, una sensación que hacía tiempo no sentía. Sí, tenía interés en continuar metiéndose en la piel de otra persona,en otro mundo, otro escenario. Estaba logrando evadirse de su realidad irreal que la castigaba; tenía la misma sensación reconfortante que en sus sueños, pero con la diferencia de que sí estaba despierta. Y así, día tras día, continuó con la lectura de sus libros.

Son los rescatadores de mentes, tanto permiten la evasión a otros mundos como hacen despertar al mundo propio; enseñan nuevas cosas e incluso son capaces de hacernos ver que nuestra vida no es tan mala como en ocasiones creemos.
Los libros, voces calladas que solo otro silencio es capaz de darles vida, cajas mágicas llenas de sentimientos, ternura, amor, intriga, historias de a pié, enseñanzas preparadas para ser acogidas; el nutriente de la mente al alcance de la mano.

Y como leí en una ocasión:
Una casa sin libros es una casa sin alma.

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