viernes, 6 de mayo de 2016

Bancos y problemas

Los problemas del parque no son los bancos, que los hay, ni los columpios; ni los árboles, avecillas, hormigas y papeleras. Los problemas del parque no se ven porque se hablan:

Es el hijo que se ha divorciado, el nieto que no come, lo mal que está la vida con tanto sinvergüenza suelto; el viento que hace hoy y el calor que ayer hizo. Lo buenas que están las croquetas que hace el abuelo, tan buenas, que cuando va a echar mano de ellas, con suerte, le dejan una.
El solitario hombre que abre una lata de atún sobre la hoja de periódico que hace de mantelito.

Pero para que todo ello se dé, para que esos problemas, no ya que se resuelvan sino que se desfoguen, que a veces suele aliviar, es necesario ese escenario que para quien va con prisas pasa inadvertido.
Ese rayo de sol de las cuatro de la tarde que llama a sentarse en el banco que da al oeste; el magnífico color granate del pruno, el alto y espigado pino lleno de piñas que intenta tocar el cielo año por año. Las despeinadas palmeras. El jaleo de los gorriones y ese céfiro empapado de salitre que sube desde la playa y se expande como un suspiro de la bajamar. El tumulto de los niños chicos que sacan a botar la pelota y da miedo verlos; los jovenzuelos en pandilla que llegan, al salir del instituto, con los dedos pegados a los teléfonos móviles. Y los labios que se pegan a otros labios.

Sí, hay bancos buenos.




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