Sobre el trigo de aquella era
dejé descansar mi tarde,
que luz tan párvula y lenta
iluminaba el paisaje,
que olor a tierra dorada
llena de espiga y encaje.
La línea del horizonte
era una espalda tumbada
dando permiso a las nubes,
todo vellones de lana,
-a cambio de una caricia-
para que allí descansaran.
Una encina vigilante
como una vieja sentada
que teje y teje incansable
al mismo tiempo que canta,
se me cruzó ante la vista,
añosa, verde y doblada.
Quiera que las avecillas,
como en patio de colegio
con su murmullo ilegible
de atropellado concierto,
vinieran a despertarla
con su alocado revuelo.
Pareció entonces la encina
de su raíz levantada
abriendo al par las cortinas
de sus ramitas cerradas,
y aquellos cuerpos alados
a sus camitas entraban.
Ya la tarde se hizo noche
con su camisón de estrellas,
y abandoné aquellos campos
donde si vida es la tierra
es cielo fuente y amparo.
Ya no se escribe así, y es una pena; la ingenuidad que transmiten estos versos es deliciosa, y esa musicalidad que traen consigo lo es también.
ResponderEliminarBesos
Que comentario más bonito J.Carlos, eres muy amable, te lo agradezco mucho.
ResponderEliminarBesos.