martes, 14 de marzo de 2023

Por una canción

 


"Yo tuve tres maridos, y a los tres, envenené, con unas cuantas gotas de cianuro en el café. Pero seguramente no me guardan rencor, pues derechos marcharon hacia un mundo mejor"

Termina la canción y con ello, la cantante revuelve la capa de su falda, levanta el brazo derecho apoyando el dorso de la mano en su frente e inclina la cabeza hacia atrás.

El público aclama su arte y dramatismo y seguidamente sobrevienen los comentarios:

—Algo habrán hecho los maridos para terminar así —exclama una señora con voz de pito— seguro que se lo tenían bien merecido.

—¡Todas las mujeres son malas! —sentencia un hombre mirando a su alrededor.

—¿Qué todas las mujeres son malas? ¡Será empezando por tu madre! —proclama la mujer.

—¡Mi madre era la única mujer buena que ha pisado la capa de la tierra! —espeta él— ¡Ande y váyase a paseo, cara de lechuga!

—¡Y tú cara de ajo puerro! ¡Grosero!

—El ajo puerro hace buena salsa. Ya quisiera usted mojar pan en mí, cotorra despeinada.

—Me vas a oír —dice la ultrajada señora dirigiéndose hacia él con paso firme. Cuando está a su altura le da un derechazo con el puño en la mandíbula, dejándole torcido el gesto de la cara.

Tan pronto como hombre vuelve en sí, arremete contra ella con un pellizco encarrujado en el brazo y después le tira de los cabellos.

La mujer se sube encima de una mesa y se lanza sobre él en plancha. El hombre, con ella encima, comienza a rodar por el suelo agarrándola como si fuera una almohada. Cuando se detienen, se miran fijamente a los ojos durante unos segundos y comienza de nuevo la reyerta.

El resto del público está asombrado con la escena. Unas cuantas personas acuden a separarlos pero la señora, que ahora lo tiene agarrado por la cintura del pantalón, exige que los dejen, que le va a dar manteca. De repente el bravucón le dice a la peleona:

— Para y escúchame. ¿Cómo tienes tanta fuerza?

—¡A ti te lo voy a decir...! —declara con altivez— Bueno, venga, va... Porque yo antes era Manolo.

—!No fastidies! ¡Yo antes fui María Purificación! ¿Y tú eres de aquí?

—De toda la vida —contesta la mujer— ¿Y tú?

—Naturalmente, soy autóctono. A lo mejor hasta conoces a mi familia, yo soy hijo de Tomás, el tuerto, que tenía una zapatería en la calle Waldo Calero, al lado de la panadería de Francisca.

—¡Anda! Pues pocos palos catalanes de esa panadería, que también es confitería, he comido en mi niñez. Yo soy hija de Magdalena, la que tenía un taller de costura cerca del ayuntamiento, esa a la que le dieron el dedal de oro. Si la tendrás que conocer.

—¡Madre mía y madre mía! Y casi nos matamos por culpa de la cantante —dice el hijo de Tomás, el tuerto.

—Bueno, por culpa de la cantante... no es del todo cierto que tú también tienes culpa por haberme llamado cara de lechuga —le reprocha ella.

—Calla, —interrumpe el hombre— es que no me dejaste terminar, quise decir cara tersa, fresca y lozana como una lechuga. Pero claro, al haberme dicho a mí cara puerro se me encendió la sangre porque a un piropo pensado, aunque aún no verbalizado, no se le paga con un insulto.

Mientras la gente se ocupa de recoger las sillas que andan patas arriba tiradas por el suelo, enderezar las mesas que se han llevado por delante en la afrenta y, acto seguido, ocupar sus asientos, la pareja se entretiene en darse los números de teléfono, indiferentes al estropicio que han provocado.

De repente se escucha una voz que viene del escenario. Todos guardan silencio y dirigen hacia allí la mirada.

—Señoras y señores: Les pido por favor que esto que ha sucedido no vuelva a pasar. Me han estropeado el número, la canción, la escena. Todo, todo, todo —alega la cantante con el micrófono en la mano—. Pero, como a paciencia nadie me gana vuelvo a ofrecerles otra canción, y como yo vea que alguien, me oyen, alguien mueve un dedo si no es para aplaudir... bajo, me quito la peineta y se la clavo donde me pille.

(Se escucha un murmullo en toda la sala)

—¡Shhhhh! ¡Que empiezo ya! ¡A callar se ha dicho!

(Silencio absoluto)

—Un, dos, tres...

No ha empezado a cantar cuando el ladrido de un perro interrumpe el conseguido silencio. Hasta las caras de los artistas que hay en los retratos se giran para mirar.
Nada, un ganso que acaba de entrar.

2 comentarios:

  1. Jajajaja...una velada accidentada por lo que veo. ¡Hay tanta confusión en el aire en estos días que ya no sabemos quien es quien!
    Me alegra volver `por tu blog querida amiga ya que Facebook lo tengo abandonado casi del todo.
    Te dejo un fuerte abrazo y un brindis con champán por los viejos tiempos :)

    ResponderEliminar
  2. Chin chin, Jero! Por los viejos tiempos, imborrables, y por los nuevos hacedores también de alegrías. Me alegra que te divirtiera jijiji. Un abrazo 🤗

    ResponderEliminar