No te puedo componer canciones tristes
pues tú siempre has apostado por ternuras.
Fue tu forma de pensar y hacer las cosas
todo un núcleo de coherencia inalterable.
Desde el amplio espectro de la luz
irradiabas el color de la bondad,
y aún pasadas las tormentas, resurgías,
más si cabe, limpia, hermosa, inmarcesible.
Siempre noble de los pies a la cabeza.
Sin un signo de arrogancia en tu mirada,
-hecha para destacar entre los buenos-
así quiso Dios ponerte en este mundo
donde priman vanidad y egocentrismo.
Fuiste como un manantial de flores
que perfuma cuanto toca en su venida
del inicio hasta su desembocadura.
Flor de flores, cuna limpia donde estar a salvo
de injusticias y desórdenes del tiempo.
Sólo Dios, al tomarte entre sus brazos
y elevarte con dulcísimo candor
me asegura que tu esencia se ha extendido
como un ave liberada que ya goza
sobre un plano sin principio ni final.
Sé que estamos juntas de otro modo
pues la bóveda celeste que me cubre
tiene el mismo arco que el huequito de tus alas
donde siempre me has guardado.
Te quiero mamá. Hasta siempre cariño mío, mi Salvi preciosa.
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