miércoles, 20 de mayo de 2015

Al final del arcoiris



Llovía, el cielo se cerró, gris, apretado todo él, tal vez triste, quizás enfadado, quién sabe la causa de su reacción.
Ya que la tarde vino dada así detuve el coche en el arcén y salí, porque me gusta el olor a tierra mojada, aspiré por unos momentos aquel aroma a vida y regresé al vehículo un tanto apresurada.

 Se encendía el cielo, respondía el trueno, el viento participaba en aquella orquesta sin director; aleatoriamente se hacían silencios.
Pasado el lamento de aquellas nubes una cóncava sonrisa fue apareciendo, a poquito, en el vacío que dejaron aquellos elementos, colores toda ella, me pareció como un caminito de esperanza. ¿Qué hay al final del arcoíris? me pregunté, ¿qué significado tiene el arcoíris? pensé. Mientras tanto todo lo que me rodeaba creo que ya lo sabía: el campo parecía mostrarse más verde, más azul el cielo, más blancas las nubes rezagadas, todo tenía un cromatismo más limpio. Y entonces lo entendí muy bien, al final del arcoíris sigue estando el mismo cielo, debajo de él la misma tierra, luego, la tormenta, era un problema que había quedado resuelto.
Así ocurre en la vida misma, a veces las lágrimas son una salida para disipar lo gris que nos aprieta, el sentimiento que ahoga y que, liberándolas, retornamos al color. Por lo tanto, llovamos cuanto sea necesario, encendámonos, estamos vivos, pero no alcemos nunca nuestro rayo contra otros ni seamos relámpago cegador en otros ojos, en cambio, mostremos la sonrisa unificadora del arcoíris que nos fue otorgado tras el primer llanto del nacer, tras la primera sonrisa al llegar y tras el primer beso de amor.
Arranqué el motor y me dirigí camino a casa, en los veinte kilómetros que me distaban para llegar tuve tiempo de reírme del enfado que tenía porque a medio camino había comenzado a llover.

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