miércoles, 29 de noviembre de 2023

Cuatro Vientos

  " ¡Ah, del castillo! ¿Quién gobierna hoy esta casa?" —articula alguien con voz potente y clara, precedida por rítmicos golpecitos de nudillos contra la puerta de la calle.

 La reconozco ipso facto. Aplazo la tarea que me ocupa, —descamar el besugo que Fernando, mi sobrino, me trajo ayer—   a continuación me enjabono las manos y luego de secarlas con un paño de cocina acudo a la llamada.

El oído nunca me engaña. Puedo asegurar, que gozo de una excelente memoria auditiva que discurre, con la edad, inversamente proporcional a la agilidad de mis piernas, es decir, a menor velocidad más fino tengo el oído para reconocer tono y timbre; se comprende que la mayor parte de mis fuerzas se concentran ahora en el pabellón auditivo. A mi abuela materna le ocurría lo mismo, y a sus noventa años, distinguía, perfectamente, el valor de una moneda por el sonido que ésta hiciese al caer.

Este es Pedro —me digo mientras acudo a recibirlo—.  Pedro pudo haber sido mi cuñado. Fue novio de mi hermana, la menor, Camila, más de ocho años pero a los dos se les chamuscó el amor al mismo tiempo. Armónicos hasta en eso. La única explicación que dieron a las familias fue: "Cosas de la vida". Nunca perdieron la amistad, eso se libró del incendio. En casa seguimos considerando a Pedro como un miembro más de la cepa, y a mi hermana, en la suya, lo mismo. La madre del novio la quería tanto que le dolió más a ella la separación que a su hijo. 

¿Quién va a gobernar la casa? Pues el Capitán —anuncio abriendo la puerta—. Adelante, Grumete. 

Mi amigo Pedro va vestido con un traje marrón, camisa beige, corbata con rayitas oblicuas que alternan colores dorado con ocre y unos zapatos, negros, impolutos. Yo llevo puesto encima de la ropa un delantal, hecho por mi esposa, de un vestido que no le venía.

Pedro recorre con la mirada el estampado floral que me viste de mitad del pecho a las rodillas. 

—Muy primaveral, Martín,  Te favorecen mucho los gladiolos con perfume marino. 

—Es que me pillas limpiando un pescado que ayer me trajo Fernando. ¿Qué te cuentas, chaval? ¿De dónde vienes tan arreglado? Pasa, hombre, vayamos al comedor a sentarnos y tomar un vinito. 

Antes de avanzar, comprueba la hora en su reloj de pulsera —la una menos veinte señalan las manecillas.

Camino del salón comedor pasamos por delante de la cocina, él continúa el trayecto solo, porque está en su casa, y yo entro en la cocina, donde me deshago del delantal y preparo dos copas de un Verdejo que tengo al fresco.

Pasados unos minutos, accedo al living con una copa en cada mano y compruebo que anda entretenido en ojear las fotos de mis hijos que Lola, mi esposa, tiene ordenadas, cronológicamente, encima del aparador de caoba. Todas repiten el mismo marco de acero inoxidable. La estatura de los niños es correlativa al orden en que las fotografía están colocadas.

—Parece una exposición de historia, a que sí  —le digo estudiando la impresión de su rostro e invitándolo a tomar asiento. 

—Y que lo digas —comenta con semblante serio—. De un día para otro ya somos historia. Hace nada éramos jóvenes y mira ahora las canas que peinamos; y tú aún puedes llamarte dichoso, pero a mí ya se me ve el cartón. ¿Sabes de dónde vengo? —y sin dar tiempo para contestar, responde— De poner en venta en una inmobiliaria el terreno de "Los cuatro vientos" 

La noticia, más que entristecer, me preocupa. Sé de sobra el cariño que Pedro le tiene a esa parcelita que heredó de sus padres. Como es natural, lo bombardeo con preguntas, porque me escama que quiera desprenderse de la parcela con lo nostálgico que siempre ha sido.

 —¿Qué ocurre? ¿Tienes apuros económicos? ¿Te has cansado de estar yendo y viniendo? ¿Te da mucho trabajo? ¿Es por los impuestos? No entiendo esa decisión tuya, pues.

—Negativo. Es la nostalgia, macho. La nostalgia. Allí nos juntábamos toda la cuadrilla cuando jóvenes ¿te acuerdas? Los niños revoloteando como perdices entre los árboles, nuestras señoras aprovechando el sol aquellos domingos para coger tono... y nosotros, Martín,  no pocas partidas de mus y dominó habremos perdido y ganado bajo la sombra del frondoso y longevo eucalipto que tamizaba la luz y ventilaba las timbas con su danza de hojas.

—¿Y Las paellas que hacíamos para catorce? -añado- con ese olor de la leña del fuego que ya en sí era un primer plato. Parece que estoy viendo a nuestras madres, con su significativa ancianidad, sentadas en las mecedoras, la boca puesta en sus recetas de cocina y los ojos en los niños. Aquél estar ponía en fuga sus dolores. Qué goce y disfrute más sencillito y natural.

—Por eso mismo, Martin, por eso mismo. Ahí estribaba el alma del terrenito. Ahora, lo que es hoy en día, se me antoja un solar donde, cada vez que voy, los árboles y yo nos miramos, así, como a lo tonto, preguntándonos donde quedó el griterío y las risas, la delectación de los sentidos. Tan melancólicos están aquéllos como yo. Y a los chicos, ya ni a rastras los llevamos allí, Martin.

—Hombre, Pedro, yo creo que haces cabeza de una manera que no es conveniente. No puede ser que tanto recuerdo bonito te lleve al sumun de un estado de pérdida y languidez.  Esto, es como si en vez de preparar una tarta con ciento cincuenta gramos de azúcar, le metes kilo y medio. ¿Qué resulta de ahí? un dulce incomible fruto de un fanático. Pues eso, si lo vas a recordar todo con esa murria...

Lo pasado, hecho está. Ya disfrutamos aquellos tiempos con el vigor del momento. Ahora vivimos en otra época, en otras cosas.

 Tampoco yo estoy como antes. Para atarme los cordones de los zapatos tengo hacerlo en fases, así que, qué hago, llevar deportivas con velcro y usar calzador para los mocasines, y santas pascuas. Si tengo que deshacerme de todo lo que me hace pensar en el pasado, pues, de plano, tendría que quitar las fotos de los chavalines, porque, me dirás tú si no han cambiado que ni el marco de la puerta ha podido detener su emancipación. La parienta, al principio, lo llevó peor que yo, no hacía sino entrar a sus habitaciones antes de acostarse. Total, no sé para qué, si de sobra sabía que no estaban. Después se acostaba y no paraba de dar vueltas en la cama de un lado para otro, como un saco de pulgas. Y eso, Pedro, no es vida.

 Recordando lo pretérito de esa manera, lo que no se nos va en lágrimas se nos va en suspiros. 

¿Te parece si llamo a Juan? Voy a llamarlo. Este te pone firme en cuanto se entere de lo que has hecho. Dime los tres últimos números de su teléfono, que siempre se me olvidan.

—Déjalo estar, Martin. Es una decisión que ya está  pensada y tomada

—Y Manuela ¿lo sabe? No creo que tu mujer te haya apoyado en esto. Me apuesto un paquete de Ducados a que no se lo has dicho.

Pedro guarda silencio mientras gira su alianza entre los dedos.

—Se lo has velado. Mira que lo sabía. 

—De habérselo comentado también tendría que dar explicación del porqué, y no quiero que se preocupe por mi atonía. 

—Qué tendrá que ver el culo con las témporas. O sea, que por estar alicaído, tu mujer no tiene derecho a opinar sobre la propiedad común. A ti te ocurre algo más que no me quieres contar. Ni quieres que Esperancin lo sepa, ni Juan tampoco.

Lo mejor, amigo mío, es que desembuches. Primero, por tu salud. Si te lo quedas dentro, ahí, para ti sólo, se encapsula y se te hace un quiste y, lo segundo, porque un problema, tratándose de dinero, no es un problema, es un gasto. Y aquí está tu amigo, y Juan y Eugenio para poner a escote lo que te haga falta, ¡carajo!

—Acaban de llamar al timbre, Martin. Debe ser Loli, me he dado cuenta que no está en casa.

—Sí, ya lo he oído —digo levantándome— pero ese es Juanito, lo conozco por el carraspeo, ¿no lo has escuchado? Yo sí.

—¿Cómo Juanito? Si no lo has llamado, no te dije los tres últimos números de su teléfono.

—Y no lo he llamado, tú me has visto.  Debe ser cosa de telepatía, o  que le pitaban los oídos al haberlo nombrado, qué sé yo de las cosas extracorpóreas. Qué sé yo. Voy a abrir.

 Pedro se levanta de la silla y aguarda con las manos en los bolsillos.

Al abrir la puerta y nada más vernos, nos estrechamos en un abrazo palmeándonos las espaldas. Juan es de carácter efusivo, vivaz, si nos definiéramos por colores él sería amarillo eléctrico. Se dedica a la subasta de muebles y otra clase de enseres. Compra lotes de productos que no han salido al mercado y luego los lleva a licitación. Algunos le entran porque el trailer que los transportaba se ha accidentado y, otros, mediante el aviso de alguna casa que se pone en venta y el dueño quiere sacar un dinero extra liquidando, por separado,  el mobiliario. Es un trabajo con el que disfruta del aspecto sorpresa. Según dice, nunca sabe con lo que se va a encontrar en las adquisiciones. Hay veces que pierde dinero en la transacción pero en otras, por contra, supera sus expectativas.

—¡Eppa! Cómo estás, bandurrio. ¿Qué pasa con tu body? ¿Dónde está Pedro? Sé que lo tienes por ahí dentro. He visto su coche al pasar por delante de tu casa —dice Juan.

—Está en el comedor, echa para adentro que allí lo tienes, sabueso.

—¡Hola marqués! —dice Juan con alegría al ver a Pedro hecho un figurín, mientras se entrega a sus brazos— . ¡Cuánto tiempo sin verte! El otro día me tropecé con Eugenio y estuvimos hablando de ti. Me dijo que te ha tocado ser presidente de la comunidad de vecinos. Así me gusta, buena presencia ante todo, que sepan quién es el boss. 

—Gajes de la propiedad horizontal —responde a su amigo, sonriéndole abiertamente— Está más contenta la Primera Dama que yo. Ni te imaginas la de cabestros que habitan en mi bloque, con los que ahora me toca lidiar. No te agendo la tarea.

¿Y tú, esas pintas que llevas...? -pregunta mirando el agujero que Juan lleva en la pierna derecha del pantalón vaquero y el deshilachado en el muslo izquierdo. 

—¡Ah!, ¿esto? Son los pantalones de mi nieto. Como tenemos la misma altura y rondamos el mismo peso me los ha regalado, porque ya no se los pone. Son cómodos, no creas. Mi mujer quiso coserle los agujeros, pero es lo que se lleva y el chico le prohibió el impulso. A mí me da igual ir descosido, así llevo ventilación incorporada. 

Pero a lo que vamos, decidme, ¿a qué se debe está concentración? Me tenéis en ascuas. ¿Se os casa alguien de la descendencia? ¿Hay plan de algún viajecito? —interroga, frotándose las manos—  Porque a lo que me niego en rotundo es a ir a los bailes de la tercera edad aunque no nos prohíban la entrada. Allí, la gente se desmadra de lo lindo: que si un tango, que si un pasodoble, y venga meterse mano entre vuelta y cercanía, sobre todo cuando toca el cambio de pareja...Y a mi no me mete mano más que mi Graciela, lo mismo que yo a ella. 

—Nada. Es Pedro que...

—¿Qué pasa con Pedro? —responde Juan, intrigado, dirigiendo su mirada al nombrado.

—Que quiere darle giro a "Los cuatro vientos"

—Ostias, ¿y eso?

—Dice que por nostalgia.

—Por nostalgia ha provocado el Putin una guerra. Ahí hay algo más. No me lo creo —responde preocupado.

—Estáis haciendo de una decisión personal una película de detectives —interviene Pedro, incomodado por tanta suposición.

Que ya no me hace falta el terruño, y tema cerrado. 

—¿Ves? Antes era terrenito, y ahora terruño. Dentro de media hora será secarral. Se lo quiere sacar del corazón, Juan, devaluándolo.

—Si Espe está de acuerdo ¿dónde está el problema? —Resuelve Juan. 

—En ningún sitio, si ella lo supiera, pero resulta que está inocente de la postura del cónyuge. Y esas decisiones, las que se toman a voz de pronto, generalmente son de las que después te arrepientes. Y más cuando se está bajo el influjo de un sentimiento. 

—Cierto —ratifica Juan—. Ahí te doy la razón. Acordaos de cuando Trufa tuvo su primera y única camada, ¡cinco cachorrines! que se dice pronto, y me los quedé todos, no regalé ni uno. Y ahora ¿qué me toca? joderme y pasearlos cuatro veces al día en tandas de tres y tres, que con la madre son veinticuatro patas. Más gastarme un pastizal en piensos, vacunas y perruquerías porque, claro, a los animales hay que tenerlos en óptimas condiciones.

—El terreno no es lo mismo, no me compares. Los árboles se cuidan solos, —certifica Pedro— la alegría la tienen, como debe ser, en las raíces. 

—¡Ea! Tú mismo te lo estás diciendo. Si la alegría se tiene en las raíces tú también la llevas dentro. ¡Sácala! Escarba y mueve ese raigón —le ordeno. 

—Yo no soy un árbol, Martin. Trabajar en una imprenta no me otorga la categoría de sapino.

—Pues si te quieres ventilar Los cuatro vientos por pasión de ánimo te doy por sauce llorón —añade Juanito.

—Si vamos a empezar con cachondeos, ahí os quedáis —concluye Pedro, con tono grave, mientras toma su chaqueta del respaldo de la silla.

—Venga, hombre, a ver si a estas alturas no me vas a aguantar una broma —inquiere Juan.

—De todas formas es hora de irme. Me están esperando en casa para comer y hoy, además, viene mi hija Julia, que tiene el día libre porque está saliente de guardia. 

Pedro se adereza con su americana y se despide de los amigos. Ambos lo acompañan a la salida, convocándolo, con afecto, a un próximo encuentro.

—¿Qué, Juanito. ¿Tú cómo lo ves? ¿Intervenimos o lo dejamos hacer? Yo pienso que sería mejor investigar un poco, buscar la inmobiliaria a ver qué precio ha puesto. Quieras que no, eso nos puede dar una pista. Si pide mucho, es porque le hace falta dinero, y si la cifra no es sustanciosa, realmente es que se lo quiere quitar de encima, a como sea. 

— Bueno, lo verás tú así —añade Juan— porque  para mí,  que si lo vende por cuatro perras es porque necesita la pasta cuanto antes.

martes, 14 de marzo de 2023

Por una canción

 


"Yo tuve tres maridos, y a los tres, envenené, con unas cuantas gotas de cianuro en el café. Pero seguramente no me guardan rencor, pues derechos marcharon hacia un mundo mejor"

Termina la canción y con ello, la cantante revuelve la capa de su falda, levanta el brazo derecho apoyando el dorso de la mano en su frente e inclina la cabeza hacia atrás.

El público aclama su arte y dramatismo y seguidamente sobrevienen los comentarios:

—Algo habrán hecho los maridos para terminar así —exclama una señora con voz de pito— seguro que se lo tenían bien merecido.

—¡Todas las mujeres son malas! —sentencia un hombre mirando a su alrededor.

—¿Qué todas las mujeres son malas? ¡Será empezando por tu madre! —proclama la mujer.

—¡Mi madre era la única mujer buena que ha pisado la capa de la tierra! —espeta él— ¡Ande y váyase a paseo, cara de lechuga!

—¡Y tú cara de ajo puerro! ¡Grosero!

—El ajo puerro hace buena salsa. Ya quisiera usted mojar pan en mí, cotorra despeinada.

—Me vas a oír —dice la ultrajada señora dirigiéndose hacia él con paso firme. Cuando está a su altura le da un derechazo con el puño en la mandíbula, dejándole torcido el gesto de la cara.

Tan pronto como hombre vuelve en sí, arremete contra ella con un pellizco encarrujado en el brazo y después le tira de los cabellos.

La mujer se sube encima de una mesa y se lanza sobre él en plancha. El hombre, con ella encima, comienza a rodar por el suelo agarrándola como si fuera una almohada. Cuando se detienen, se miran fijamente a los ojos durante unos segundos y comienza de nuevo la reyerta.

El resto del público está asombrado con la escena. Unas cuantas personas acuden a separarlos pero la señora, que ahora lo tiene agarrado por la cintura del pantalón, exige que los dejen, que le va a dar manteca. De repente el bravucón le dice a la peleona:

— Para y escúchame. ¿Cómo tienes tanta fuerza?

—¡A ti te lo voy a decir...! —declara con altivez— Bueno, venga, va... Porque yo antes era Manolo.

—!No fastidies! ¡Yo antes fui María Purificación! ¿Y tú eres de aquí?

—De toda la vida —contesta la mujer— ¿Y tú?

—Naturalmente, soy autóctono. A lo mejor hasta conoces a mi familia, yo soy hijo de Tomás, el tuerto, que tenía una zapatería en la calle Waldo Calero, al lado de la panadería de Francisca.

—¡Anda! Pues pocos palos catalanes de esa panadería, que también es confitería, he comido en mi niñez. Yo soy hija de Magdalena, la que tenía un taller de costura cerca del ayuntamiento, esa a la que le dieron el dedal de oro. Si la tendrás que conocer.

—¡Madre mía y madre mía! Y casi nos matamos por culpa de la cantante —dice el hijo de Tomás, el tuerto.

—Bueno, por culpa de la cantante... no es del todo cierto que tú también tienes culpa por haberme llamado cara de lechuga —le reprocha ella.

—Calla, —interrumpe el hombre— es que no me dejaste terminar, quise decir cara tersa, fresca y lozana como una lechuga. Pero claro, al haberme dicho a mí cara puerro se me encendió la sangre porque a un piropo pensado, aunque aún no verbalizado, no se le paga con un insulto.

Mientras la gente se ocupa de recoger las sillas que andan patas arriba tiradas por el suelo, enderezar las mesas que se han llevado por delante en la afrenta y, acto seguido, ocupar sus asientos, la pareja se entretiene en darse los números de teléfono, indiferentes al estropicio que han provocado.

De repente se escucha una voz que viene del escenario. Todos guardan silencio y dirigen hacia allí la mirada.

—Señoras y señores: Les pido por favor que esto que ha sucedido no vuelva a pasar. Me han estropeado el número, la canción, la escena. Todo, todo, todo —alega la cantante con el micrófono en la mano—. Pero, como a paciencia nadie me gana vuelvo a ofrecerles otra canción, y como yo vea que alguien, me oyen, alguien mueve un dedo si no es para aplaudir... bajo, me quito la peineta y se la clavo donde me pille.

(Se escucha un murmullo en toda la sala)

—¡Shhhhh! ¡Que empiezo ya! ¡A callar se ha dicho!

(Silencio absoluto)

—Un, dos, tres...

No ha empezado a cantar cuando el ladrido de un perro interrumpe el conseguido silencio. Hasta las caras de los artistas que hay en los retratos se giran para mirar.
Nada, un ganso que acaba de entrar.

sábado, 5 de marzo de 2022

Queremos vivir en Paz. Detengan la guerra, basta ya de muerte y destrucción!

miércoles, 2 de marzo de 2022

Mi corazón ha escapado

 


Mi corazón ha escapado

detrás de un rayo de luna

y vaga por las praderas

del ancho cielo de espuma.

Si yo pudiera ser ave,

si pudiera ser aurora,

me elevaría a la cumbre

para atraparlo yo sola.

Pero si en él no hay manera

de que me crezcan dos alas,

mi cuerpo ya es solo cuerpo,

materia exenta de un alma.


Te encomiendo la tarea

de encontrar mi corazón

y ponérmelo en el pecho,

él reconoce tu voz

laurel de todos mis sueños,

semillerito de amor.

Y una vez cuito en la caja

de donde no ha de salir

entenderá que fue en vano

el plan de subirse allí,

porque si busca la luz

detrás de un rayo de luna,

sólo mirándolo a usted

encontrará la más pura.





martes, 1 de marzo de 2022

A los hijos

 


Quién te puso en las mejillas
tanta tanta suavidad
que me parecen dos rosas,
y de carne hechas están.
Los espejos de las madres
no son como los demás,
no se miran en el río
ni en las lunas de cristal,
nos miramos en los hijos,
velloncitos que, al volar,
cuanto más lejos parecen
más dentro del pecho van.


martes, 8 de febrero de 2022

 Tengo tengo tengo




El supermercado abría sus puertas a las 9 a.m y yo, como soy muy precavida y me olía lo que iba a suceder con la estupenda oferta del robot de cocina que salía a la venta ese día, me adelanté a la probable avalancha de clientes que estarían esperando, como poco, desde las ocho y media. Así que me presenté delante de la tienda a las siete de la mañana. Cuál no sería mi sorpresa cuando me encontré con la cola que había. Ni Lucero del Alba ni narices en vinagre. Nadie madruga tanto para ir a trabajar, sin embargo, allí había gente de todas las edades por encima de los cuarenta. Hasta supe que una señora que tenía cinco docenas de años durmió en el coche para llegar la primera.

Cogí un carro para la compra y guardé turno.

Cuando dieron las nueve y se abrieron las puertas todo el orden establecido hasta ese momento se fue a la porra. La gente empezó a adelantar por ambos lados, derecha, e izquierda, aquello parecía el Rally de Montecarlo. Algunos carros chocaban con otros y los clientes se insultaban en todos los idiomas. Tuve un fallo muy gordo, no haberme hecho un croquis de la tienda para haber llegado por el camino más corto al lugar donde colocan las ofertas.

Como el primer pasillo estaba tan concurrido opté por dar la vuelta y meterme por el tercero que es el del papel higiénico, para ello tuve que arriesgarme en el giro e ir en contradirección. Esquivar aquella masa de metal que se me venía encima no fue moco de pavo y no pude evitar un choque frontal con otro vehículo que superaba el límite de velocidad. Me hice la sorda ante los improperios del conductor.

Cuando tuve a la vista el estante donde estaban los robots pisé el acelerador pero aún con todo me adelantó un anciano que apareció de la nada. A los carritos de la compra, decididamente, les falta un espejo retrovisor.

Quedaban seis robots de cocina cuando alcancé la meta, ¡seis! Solté el manillar del chisme aquel y, cuerpo a cuerpo, me fui haciendo hueco entre troncos y axilas; me metieron un dedo en el ojo derecho; me pisaron; empujé a un hombre sin querer (evitarlo) y cuando por fin le eché mano al bulto de cartón me lo quisieron quitar, pero con una voz de ultratumba que me salió, dije: "Es mi tesoro", e inmediatamente lo soltaron. Lo apreté contra mi pecho y me fui con él en busca de mi carro, que ya no estaba. Un euro que perdí.
Así pues, cargada con mi roboti me dirigí a la línea de cajas a pagar, donde me encontré con otro rosario de personas. En los cuatro lineales abiertos para el cobro había que esperar, toda la masa humana se había concentrado ahora en ese punto. Yo tanteaba con la mirada cual iba más rápida y me cambié de una hilera a otra tres veces pensando que las otras avanzaban más ligeras, craso error, porque el que iba detrás de mí cuando estuve en la primera fila salió de la tienda mientras que, en ese mismo momento, aún me quedaban tres individuos por delante.

Me costó media nómina pero ya tengo mi robot. En tres días me aprendí el manual, dice que hace comida hasta para seis personas, lo único es que vivo sola. Ahora, eso sí, cuando baje el precio de la electricidad lo pongo en funcionamiento.
Quieras que no, era una ganga.

martes, 7 de diciembre de 2021

 La mañana de un sábado luminoso de hace muchos años embarcamos mis padres, mi hermano y yo, desde un pequeño muelle situado en una playa de la Región de Murcia. Íbamos a pasar unos días en un lugar llamado la Azohía y para llegar a aquella ubicación tenía que ser desde el mar, bordeando el litoral rocoso de la costa. Nos acompañaban dos matrimonios franceses amigos de la familia, con sus  respectivos hijos. En aquél entonces yo tenía 7 años y no sabía nadar, así que aquella navegación me asustaba un poco pero al mismo tiempo estaba muy feliz por todo lo nuevo que se presentaba. Tuve que sentarme en la cubierta del barco porque me daba mucha impresión asomarme por la borda y ver la profundidad del mar. El agua era de un verde azul tan transparente que podía mirar abajo con toda nitidez hasta que la vista se perdía y eso me daba vértigo.

Cuando llegamos al lugar previsto detuvieron los dos barcos en los que nos repartimos, apagaron los motores y echaron las anclas. Había que llegar a la orilla nadando y yo aún no había aprendido, pero mi padre me subió a su espalda y braceando me llevó a tierra firme. Recuerdo que apenas había arena en la playa, estaba prácticamente alfombrada por piedras redondas de diferentes tamaños y diversos colores.

Allí levantaron las tiendas de campaña que serían nuestras casas durante los tres días que permanecimos en aquel paradisíaco y solitario enclave. Compartíamos todos juntos los almuerzos y las cenas y mi hermano y yo nos pasábamos la mayor parte del día en el agua, como los patos. Los mayores andaban de un lado para otro, bien con el barco, bien explorando aquel territorio montañoso que teníamos a nuestras espaldas pero siempre se quedaba alguno de ellos vigilandonos. 

Las noches eran tan bonitas. Se podían contemplar las estrellas con una claridad asombrosa. 

Los franceses trajeron cosas que no había visto hasta aquél momento, como por ejemplo los petit suisse naturales que, años después, ya se comercializarían en España y también me sorprendieron los rollos de papel de cocina que también eran una novedad para mí.

Una de aquellas mañanas mi padre decidió hacer un caldero para todos. El caldero es la comida típica de mi localidad que consiste en un arroz que se hace con caldo de pescado.  Para ello, mi padre, junto con Cristian y Suárez, que eran los otros hombres del grupo, iban a echarse a bucear y traer lo necesario para la elaboración de ese plato, y si era una morena mejor, oí decir,  que da mucho sabor, pero también escuché el comentario de  mi madre que dijo que las morenas eran muy peligrosas y no hay que confiarse porque suelen atacar con su impresionante dentadura. 

Mi padre se puso un cinturón de plomo, las gafas de bucear, las aletas y un cinto en la pierna que enfundaba un puñal. Los otros también, además de llevar un fusil de pesca submarina, y de esa manera los tres se metieron en el mar. Pero yo sólo tenía ojos para mi padre y me quedé sentada cerca de la orilla mirándolo hasta que se sumergió, con todos mis temores encima. Sólo pensaba que le podía pasar algo, ¿y si se ahogaba? ¿ y si se le disparaba al otro el fusil y le daba a mi padre? Y si... y si...y si... Para mí se detuvo el tiempo. Me quedé inmóvil y llorando callandito. 

Regresó, claro que regresó con su morena y sus amigos pero aquella, con toda seguridad, fue la primera vez que morí de amor.

viernes, 3 de diciembre de 2021

El último beso



Cuando dijiste, Sí, quiero,
aquella mañana clara,
mi mundo se estremeció
con la esperanza quebrada.

Mi sonrisa era una muestra
de la palabra derrota;
me enterraste el corazón
dándole vida al de otra.

Ya me había imaginado
un trigal sin amapolas,
sólo los dos, tú la espiga,
yo la tierra que te adora,
una alcoba con su cuna
esperando una paloma
y los planetas pujando
por encender nuestras bocas.

Yo me hubiera hecho un vestido
a medida de tus manos
con un escote de rosas
y en la cintura dos nardos
para que muy lentamente
tú me lo fueras quitando.

En esta luna creciente
os besaréis bajo su arco
como besabas mi boca
bajo el Espino sagrado.

¿Recuerdas las notas breves
que en sus ramitas colgamos?
El amor lanzado al viento
termina deshilachado.

Hoy con incienso os bendicen,
y con flores, y con salmos
y un tañido de campanas
que doblan como mi llanto.

En vuestro altar pido al cielo,
del olvido, el menos largo,
y que fragüe a fuego vivo
mi sentimiento de barro.

Y por ti, porque te quiero,
sé felizmente casado.

jueves, 30 de septiembre de 2021

Quisiera ser un monstruo


 Quién abrirá un camino de luz
para esos niños que son hechos
de dulce alegoría:
la vida en crecimiento
-reverso que se olvida en la medalla-
Quién guardará sus cunas
de escombros, munición y griterío;
quién calmará sus llantos,
arropará sus hombros,
les frotará los pies en las heladas.

Quisiera ser ballena,
meterme tierra adentro y arrastrarme,
llevármelos a lomos,
retroceder a tientas
y huir con ellos hasta el fin del tiempo.

Quisiera ser el monstruo
que viene a por los niños.






miércoles, 1 de septiembre de 2021

Perrario

 Somos muchos dentro de las celdas esperando que vengan a visitarnos. En la mía habitamos tres: una hembra de patas cortas, color canela, hocico puntiagudo y unas largas orejas que le caen por los lados y vuelan cuando ella salta. Es nerviosa como un tic y de todos la más chic. El otro compañero es negro y robusto como el tronco de un castaño, y tan serio como un General, por eso lo llamo así. Si algo le falta es altura porque de músculo va más que sobrado. Tiene los ojos saltones y la nariz chata, no aparenta lo buenazo que es. Y luego estoy yo que, dicen mis amigos, soy algo así como un enjambre de rizos con dos aperturas para los ojos, negra como el hollín, un poco más alta que ellos y, según el General, una descocada. Reconozco que de chica rasgué dos cortinas y roí las patas de una silla pero tampoco es para tanto, ¿quién de pequeño no ha hecho trizas un juguete? En fin, que aquí nos encontramos los tres, y muchos otros más, como si fuésemos delincuentes o malhechores.


La perrita canela, a la que llamo Campanilla, entró en prisión porque sus dueños vinieron a este pueblo de vacaciones y se les olvidó llevársela de vuelta a casa. Dice que el día que se marcharon ella estaba allí también, junto al coche y al lado de las maletas, y que antes de entrar al coche se alejó un poquito para hacer un pis y cuando volvió ya no estaban. Se quedó esperando allí quietita mucho tiempo porque sabía que se darían cuenta de que ella faltaba y darían la vuelta, pero no volvieron. Afirma que aún la estarán buscando y que un día aparecerán. Yo le digo que puede ser y el general le aconseja que no se engañe más.

El General no se anda con rodeos ni fantasías. Opina que está allí porque las personas no saben lo que es la responsabilidad ni el compromiso , que somos juguetes en sus manos y no seres vivos que necesitamos un mínimo de implicación y respeto por parte de quien nos alberga en su vida. Asegura que libres podemos buscarnos la vida pero que en un hogar dependemos del dueño y lo que es peor, nos acostumbran a ello. Asegura que el suyo lo traicionó pero el General no sabe, y no se lo diré nunca, que cuando duerme emite ladriditos de alegría y mueve las patas como si corriera. Éste aún sueña con su dueño, a mí no me engaña.

En la celda de enfrente están Roco y Pergamino. Roco es un San Bernardo que no sé qué pinta aquí en el Sur. Se lo trajeron de Los Pirineos como regalo para una niña, nos contó, pero que cuando fue creciendo y creciendo, y no tenía fin, acabó siendo más grande que la casa y que entonces sus dueños empezaron con los cartelitos de "Se regala..." No funcionó. El tamaño sí importa y la última opción, y promete que con todo el dolor de corazón de sus dueños, ha sido el albergue. Que sí, que aquí nos cuidan mucho, -uffff... cuando llegan los cuidadores esto es un alboroto, pero porque hemos tenido la suerte de que nos trajeran aquí y no "al corredor de la muerte", La perrera, y no me lo invento, porque dicen los que han salido de allí, que como en un mes no te quiera alguien, te chuflan un pinchazo que te quita de en medio y te quedas listo de papeles. San Antón tenga en su gloria a tantos compañeros.

Pergamino...ay el pobre Pergamino... es un galgo maltratado. Todos lo queremos con pasión pero nos tiene terror, en verdad le tiene pavor a la vida. No quiere salir de la celda ni en esos días tan maravillosos que nos sacan de paseo grupal por el campo. Se recoge hecho un ovillo en el fondo de la celda y si quieres arroz, Catalina. Y mira que estamos todos encima de él dándole ánimos y diciéndole que todo pasó... pero no hay forma. Me da tanta pena que viva en ese cautiverio que es más cautiverio que todos los cautiverios del mundo... Lo más gordo es que fue campeón de caza. Se me ponen los rizos de punta así que no voy a contar más.

Lula es otra perrita que está puerta con puerta con la de estos dos ejemplares. Ésta es la monda lironda. En otra vida debió de ser soprano o como se diga que se dice. Ladra a todas horas, es un sinvivir. Hasta le ladra a las mariposas, ¿dónde se habrá visto semejante cosa? Está aquí por ladrina, y cuando hablamos con ella de eso... va y nos ladra.

¡Uh! Acaban de venir unas personas a vernos. Tengo que dejar de cotorrear y acicalarme un poquito que hay que mostrar buena presencia, a ver si entrando por los ojos, nos dejan llegarles al corazón.

Y no lo dije, pero yo estoy aquí porque, aparte de lo de los muebles -que fue cuando me estaban saliendo los dientes-, dejé fritas a dos cobayas - esto fue jugando- y le mordí en el culo a una persona, - ahí sí que fue a propósito porque casi no llegaba pero salté.

Pero prometo, con las patitas juntas, que ya he cambiado.


Esta tarde se han llevado a Brisca. Brisca es toda blanca exceptuando la nariz y los ojos, y tiene el pelo tan largo que cuando camina parece que flota. Es una cosa tan rara que si no lo ves no lo crees. Es, además, muy calladita. Estaba en la celda de la naranja. Es que nuestros departamentos no tienen número, tienen cada uno el dibujo de una fruta.

Brisca vivía con una mujer que un día se murió de lo vieja que era y entonces un policía la trajo aquí para que no estuviera sola en el mundo. Es muy educada y no pasa día sin que nos de los buenos días ni pasa noche sin que nos de las buenas noches. Cuando llegó estaba muy triste, normal, su dueña la crio a biberón y han vivido juntas ocho años, lo sé por Campanilla que lo oyó decir. Pero no hay nada que el cariño no arregle. La llevamos en palmitas y, esto que nadie lo sepa, El General le pone ojitos y luego disimula, pero a mí no me engaña.
Pues ya está, se la ha llevado una señora que olía de bien...olía a bondad y estamos todos muy contentos, hasta Lula, que siempre está protestando, le ha movido la cola a la señora cuando pasó por delante de ella.
Ay... de verdad, esto de estar a la espera no se lo deseo a nadie, muchas veces me pregunto qué algo tan malo habremos hecho; nada, divagaciones mías. Luego me da por pensar en los de La perrera y aún me pongo peor porque sé lo que hace una aguja. Dicen que los perros no pensamos pero no es cierto, pensamos en las cosas que puede pensar un perro, en la comida, en el paseo, en el dueño, y en el daño que nos puedan haber hecho pero no gestionamos los pensamientos. No planeamos ni imaginamos ni nada de eso, pero recordamos y entendemos las palabras y sobre todo nos dice mucho el tono de la voz que habla, y el olor de las personas y presentimos, aunque nunca distinguimos la mentira, ni siquiera sabemos qué es eso ni cómo se forma, por eso hacen con nosotros tantas cosas malas incluso las personas en las que hemos depositado toda nuestra confianza y por las que daríamos la vida. Yo, si digo la verdad, como tarden mucho en venir a por mi ya no me voy a querer ir.

En la celda del plátano, que no lo he contado aún, hay cuatro hermanos que tienen tres meses. Son todo pelusilla y redondos como ovillos. Se llaman Zeus, Gea, Sansón y Pan. Se pasan el día jugando, mordiendo los barrotes de la celda y haciendo la croqueta por los suelos. No les quitamos el ojo de encima y cuando vemos que el juego se les va de las patas les damos un ladrido y se ponen firmes, aunque les dura poco. Nos turnamos cada día para que uno de nosotros los vigile.

El que me preocupa es Pergamino, está muy delgadito aunque El General me dice que los galgos son así porque su naturaleza es correr, correr y correr y que por cosas de la aerodinámica (que no sé lo que es) tiene que ser y estar así de flaco y que todo el problema que tiene está en su cabeza. Yo le hago caso porque sabe mucho, pero aún así siempre olisqueo para saber si se lo ha comido todo. Por ahora come bien pero me gustaría verlo más gordito.

Mañana domingo vienen los voluntarios a echar una mano en la limpieza y esas cosas, para que no cojamos pulgas y todo esté limpito. Nos van a cortar las uñas, con la dentera que me da... pero es preferible porque una vez tenía una tan larga que se curvó y se me fue clavando en la almohadilla y duele... ayú cómo duele.

¡Quéeeee! Ays, que sí, que ya voy. Me toca vigilar a los pequeñajos que están haciendo escándalo con el plato de la comida.
Mis dulces galletiiitaaaas... ¡no metáis la cabeza ahí... grrrrrrrrr!

Una cosa tengo clara, nunca seré madre.

¡Zlassss! (lengüetazo de despedida)



domingo, 15 de agosto de 2021

Anunciación

 El gualanday se muestra inquieto,

denota con perfume su alborozo.


El Sol levanta un dedo hacia el Oriente,

convoca a las estrellas más antiguas.


Relinchan los caballos,

revuelan por doquier las mariposas.


Se cumple la novena ondulación:

Concluida de nobleza la cintura

el mar se ha desbordado

y una mujer se agranda...

la nuez de algún varón se ha hecho jilguero...


Todo señala que hoy ha nacido un niño.




Remembranza inútil

En los años más tiernos de mi infancia querida

me encantaba calzarme con tacones y cuñas,

escarbaba en  cajones, me probaba perfumes

y le daba papillas a muñecos sin nombre.


Arrullaba a los gatos que en el patio dormían,

recogí a más de un perro que ambulaba perdido

y sujeto a mi flanco lo llevaba hacia casa

o al taller de mi padre que ofrecía su amparo.


Todavía me encuentra esa niña remota

que esbozaba sonrisas de brillantes colores

y al mirarme a la cara le prometo en silencio,

con tus ojos quisiera ver de nuevo la vida.

miércoles, 28 de julio de 2021

Tangencia

 Añoro la caricia del beso y la paloma,

la fusta de los labios que llaman a galope,

el lecho que a dos cuerpos ofrece privilegio,

la mano que acomoda su palma a otra mejilla.

Recuerdo el sobresalto del vello que se yergue 

por el jadeo en ritmo que asiste a la tangencia,

la fe desabrochada, el justo emplazamiento

de cuerpo sobre cuerpo batiendo como un ala.




miércoles, 30 de junio de 2021

Dueña de nada

 Si algún día me marcho en pos de otras tormentas,

si mis ojos marrones no han de volverte a ver,

si estas manos que escriben se vuelven torpes, lentas,

y mis sueños, despiertos, ya no saben qué hacer...

No dejes que la duda te envuelva protectora

diciendo que es mentira lo mucho que te amé,

sabes que el sentimiento no tiene fecha y hora,

y aunque no esté presente, amándote me iré.





domingo, 27 de junio de 2021

Su matemática exacta

 Escucho el percutir del ave

en el tambor del viento,

miro cómo se esponja

con un hilillo de agua,

cómo se mimetiza

en un regazo de árbol.

Sabiendo de las tormentas

más que yo de los relámpagos

no se altera y muda:

Desde el arcano bullir

es matemática exacta,

de vez en vez es gorjeo,

de cuando en cuando mutismo.

Creo

 Creo en el hombre

de in-escrita trayectoria

de la cuna hasta la tumba.

Creo en su mano

diligente, constructora,

amorosa en la caricia

y acerada en la defensa,

traductora de palabras.

Creo en el hombre,

triángulo perfecto

del estómago a los hombros,

con el corazón mediante

triunvirato,

que corona su cerebro.

Pero yo rehúso su mano

y su nombre y su apellido

cuando desprende vapores

de trilita en la garganta,

cuando su lengua te hunde

en arenas movedizas.

Cuando convierte sus brazos

en dos tremendos obuses

y de su plexo solar

fulguran rayos letales.

Así no. No lo reconozco.


Capitel

 El niño gime en la cuna

la madre lo acerca al pecho

le da de beber su leche

y lo acurruca.

El niño quiere un juguete,

la madre pinta un dibujo,

un coche, un caballo, un mar

lleno de peces.

El niño llora con hambre,

la madre, desesperada,

como voluta en el viento

renta sus carnes.


domingo, 4 de abril de 2021

Amor en futuro

De aquí a que me quieras,
 y te quiera yo...
 Hay nubes y charcos
 montañas y valles
 calles y avenidas
 horas y almanaques,
 cigarras y grillos
 flores y panales,
 hay cosechas nuevas,
 sol y tempestades.

 O quizá no hay tanto
ni estamos tan lejos
 y un día cualquiera,
me miras, te miro...
¡Y el Mundo se pliega!

 !

sábado, 11 de julio de 2020

Sin imposiciones

A mi no me digas quién tengo que ser,
déjame reír de lo que yo quiera
déjame que llore con lo que me arruga,
deja que perdone y que me resienta.

Y que me equivoque y empiece de nuevo.

No me guardes turno, porque igual no vengo,
no me planifiques, no estoy en el grupo,
no me guardes mesa, donde sea me siento,
pero no te olvido, llámame y me apuro.

A veces parece que soy solitaria
que vivo excluida en mi terco encierro,
pero soy de amar, sin gritos, callada,
amo con el alma más que con el cuerpo.

Pero si en los brazos me ponen dos alas
y sé que en el nido ya está todo hecho
entonces, mi vuelo, arranca glorioso,
copado de juicio, sin límite y freno.



Equilibrista

Me sobran afectos con la soledad,
me sobran lugares para recordarte,
me sobran las calles de la gran ciudad
e intentos fallidos de huir a buscarte.

Me sobran estrellas en la habitación
en la que los sueños son solo un rodaje,
me sobran caprichos, imaginación,
ideas y miedos, me sobra equipaje.

En cambio, me falta, un golpe de amor,
la chispa que incendia mi mar de grisú.
Me falta el tiraje de un beso tensor.
Cómo el equilibrio, si me faltas tú.



Destemplanza

Hoy me hacía falta algo de cariño.
Todas las farmacias estaban cerradas,
ni una sola de guardia,
así que me fui derechita a urgencias.

Póngame algodón, póngame una venda,
le dije al doctor.
¿Qué es lo que te pasa?, preguntó el galeno,
¿dónde está la herida que yo no la veo?

Tómeme usted el pulso y ahí en mis latidos
verá que no miento: me falta cariño.

Póngame una venda, póngame algodón
o una lamparita que me dé calor.

lunes, 29 de junio de 2020

Alma y Corazón

¿Por qué lloras Alma, sin un corazón.
Acaso es que tú que no pesas nada
puedes hoy sentirte más triste que yo?
Tú escapas y huyes cada vez que quieres,
te distraes jugando con rayos de sol,
en cambio yo aquí estoy clausurado
como oveja mansa obediente al pastor
y todo lo sufro pues todo lo callo.
Soy el duro yunque que grita sin voz.

Sí, yo soy el alma, mas me he alimentado
de la misma fuente que calma tu sed
y lloro lo mismo que tu ser cuitado,
 tu dueña y la mía es la misma mujer:
La que cuando ama pone el alma en boca
y en sus manos deja todo el corazón.
Por eso hoy estamos los dos lastimados,
nos duele lo mismo su herida de amor.




domingo, 3 de mayo de 2020

Miedo



Trajo el viento una semilla
-cálido viento en septiembre,
estación donde comienzan
los trigales a encenderse-

Fue a caer sobre mi mano,
yo se la entregué a tu tierra
y los dos la alimentamos
hasta que brotó en la era.

Iban creciéndole hojitas
tan verdes como esmeraldas
-porque tu tierra es bendita,
porque mis manos son de agua-

Al verla espigar tan hermosa
nos sorprendió un algo extraño:
Tuvimos miedo a la rosa,
amor que sangra en las manos.

Y en la tarde tormentosa
con el cielo por caer,
sesgamos amor y rosa,
por miedo a verlos crecer.


Llévame contigo al mar



"Qué puedo hacer si te quiero,
si de tu nombre me acuerdo
cada vez que me despierto.
Si olvidarte, ya no puedo,
aunque me cueste el aliento"


Te conocí una mañana,
tú venías desde el puerto,
yo a la bahía bajaba
y quiso Dios que ese encuentro
mi vida entera cambiara.

Llevabas la red al hombro,
venías de la almadraba,
para el mar eras un lobo
para mis ojos, un Atlas.

Y al pasar junto a tu mano
y contemplar tu sonrisa
mi ser quedó hipnotizado
como por arte de ondina.

La red te ofreció la estrella
que me engarzaste en el pelo:
Es para ti, mi sirena,
dijiste sin titubeo.

Sin tener culpa la estrella
quise esquivar ese gesto
y al darme la media vuelta
se me enredó en el cabello.

Cerró el círculo de presa
tu corazón lisonjero.

Las caracolas cantaban
y susurraban dulzonas.
Algo iba cortando el aire
con alas de mariposas.

Cada noche una fogata
nos encendía la Luna,
sí, mi amor, mi lirio de agua,
febril, lumínica y pura.

Volviste de nuevo al mar,
pasión de los marineros,
yo te quería alcanzar
con las ondas del pañuelo
que lloraban soledad,
marino de mis anhelos.

Guardado celosamente,
el miedo, veta profunda,
desbarató los dinteles
de mi templanza madura.

Regidas por un mal viento,
una formación de bocas
iba desgarrando el puerto.
Gritaban las caracolas,
yo les pedía silencio.

Marché hasta la última piedra,
aquella que el mar bañaba.
Con arañazos de fieras
nereidas desesperadas
no daban siquiera tregua
a que mi voz te nortara.

Sin guarda quedó la noche.
Los ángeles descansaban
y el mar imantó en su cauce
nombre, amor, estrella y barca.

No quiero ver más el mar
sino entregarle a su hambre
mi cuerpo y mi soledad.
Y volver a enamorarte
vestida de agua y coral.
,


viernes, 24 de abril de 2020

El último trago

No miento si digo que volvería de nuevo
al verso criminal que tu tristeza exhala
abanderando noches, volcando estrellas,
cerrando luceros, moviendo el mar.
Frente a tu causa se inmolan mis miedos
y no me refreno en morir por salvar.
Tiro de la Luna, quiero verla baja
para que te alumbre piel y corazón
pero tú, guerrero, vistes la coraza
que repele el celo y alzas tu blasón.

Mírame sincero, háblame suave,
clávame tus besos hasta el corazón
aunque luego y sola y de amor me desangre.

No temas ser causa, es mi petición.





Danza de estrellas



Trashuman las estrellas por la noche espejada
hay ríos de melaza y acuden a beber,
en su fulgor titilan, se sienten embriagadas,
el mar les pide un baile, descienden hasta él.

Las olas distribuyen sus cuerpos vaporosos

en ondas balancean sus aros de cristal,
la Luna vigilante controla la marea
y un tácito Lucero convoca a lo fugaz.

Caen ráfagas de polvo y el sol, con sus mil dedos,

espolvorea el cielo con viento mineral
-purpúreo bastidor que tensa un alto lienzo
bordado a maravilla, principio sin final-

A veces las estrellas no vagan en la noche,

ni el mar está en silencio ni el sol marcha a dormir,
a veces, por las noches, ocurren otras cosas
que si no estás despierto, no puedes descubrir.


lunes, 16 de marzo de 2020

A todos mis amigos que estáis al otro lado de la pantalla.

A todos los amigos de los que me acuerdo un montonazo, porfi, cuidaros.
Tener paciencia y si tenéis la suerte de poder guardaros en casa hacedlo.
Esto pasará pronto y de la mejor manera posible si todos colaboramos.
Y bueno, pues poquito más que añadir excepto que un abrazo
enorme supercontagioso de cariño.

viernes, 6 de marzo de 2020

De John Madison

Hace tanto que no escribo
romances para una dama
que no encuentro, mi María
caireles y rosas grana
que regalarle a esos labios
de niña que ahora me cantan.

Hace tanto que no verso
que no recuerdo en que estancia
establo, cuarto o galera
de esta bendecida casa
lloró mi sangre de arcángel
zíngaro, María Quesada
el oscuro soliloquio
de mi vozguarapo y salsa,
pero si no se incomoda
tu ópera de muchacha
ante el alijo desnudo
de mi ardiente cimitarra
sembraré en tu puerta, niña,
un vergel cada mañana.

Hace tanto que no vuelo
que me tiembla toda el alma
como la primera vez
que le entregué con el alba
mi montura de bandido
a una emperatriz de flama
a las puertas del parnaso
a cambio de la palabra.

sábado, 29 de febrero de 2020

Mi niña se fue a la mar. Federico García Lorca.


Mi niña se fue a la mar
a contar olas y chinas,
pero se encontró, de pronto,
con el río de Sevilla.

Entre adelfas y campanas
cinco barcos se mecían,
con los remos en el agua
y las velas en la brisa.

¿Quién mira dentro la torre
enjaezada, de Sevilla?
Cinco voces contestaban
redondas como sortijas.

El cielo monta gallardo
al río, de orilla a orilla.
En el aire sonrosado,
cinco anillos se mecían.


domingo, 1 de diciembre de 2019

Pasando factura



Serían la dos de la madrugada cuando comencé a sentirme mal. Me encontraba en casa. Nada de llegar de fiesta y llevar dos copas de más o algo por estilo. Simplemente noté que el corazón literalmente daba saltos y me costaba respirar. Me puse muy nerviosa, mentalmente intentaba controlarme para no agravar mi estado pero no había manera. Llamé a un taxi que vino a recogerme y me llevo al hospital que le indiqué. Entré por la puerta de urgencias.
-Socorro que me muero.
-¡Un médico, por favor!
Inmediatamente me sentaron en una silla de ruedas y me llevaron a un box donde comenzaron a hacerme preguntas. Me tomaron la tensión, me miraron las pupilas, me hicieron un electrocardiograma, una placa de tórax y una analítica. La atención fue excelente, no tengo queja.El hecho de que fuese un hospital privado supuso que el tiempo de espera para ser atendida se redujera muchísimo. Creo que es la única ventaja con respecto a la sanidad pública.
Después de estar casi dos horas allí, mejoré. Me inyectaron algo que me calmó y dejé de sentir esa presión tan angustiosa en el pecho. Por fin pude sentir que esa noche no me iba a morir.
El diagnóstico que me dieron fue que había sido un ataque de ansiedad. Así, sin más.
Antes de marcharme pasé por administración a dejar mis datos y el nombre de mi compañía de seguros.
A los dos días me llaman por teléfono:
-Hola, buenos días. Fulanita de tal?
-Sí, soy yo.
-Le llamo de su compañía de seguros, tenemos constancia de que usted estuvo el día X en el servicio de urgencias de uno de los hospitales que tenemos concertados.
-Sí.
-Bien. El motivo de la llamada es que tiene pendiente una factura de 4000 euros.
-¿Cómo? Se equivoca, señorita, yo estoy asociada a la mutua médica que usted representa. Tengo mi tarjeta de cliente/paciente y no he hecho más que hacer uso de uno de los servicios que tengo contratados.
-Sí, pero debe usted saber que no nos pidió autorización previa con lo cual usted ha actuado por propia cuenta y riesgo. Así que debe abonar en el plazo de treinta días los gastos generados por esa atención médica o de lo contrario, muy a nuestro pesar, esto pasará a manos de nuestros abogados.
-Vamos a ver, señorita, yo acudí a a ese hospital medio muerta. Tomé un taxi, que no tenía porque haberlo hecho puesto que para eso está el servicio de ambulancias que también tengo cubierto con SU compañía que y religiosamente pago cada mes. Y el cargo de ese desplazamiento fue a mi bolsillo.
¿Que no pedí a autorización para ser atendida? Naturalmente que no. ¿Me está usted diciendo que si yo voy conduciendo y choco contra una farola y me atraviesa el cuello, tengo que llamar y pedir autorización para que me atiendan?
¿Me está usted diciendo, señorita, que ahora mismo me da un infarto y tengo que llamar a ese teléfono y pedir autorización para que me atiendan en el hospital?
Señorita, me está usted diciendo, que si ahora mismo me pasa un camión por encima y me deja los ojos colgando ¿tengo que llamar a ese teléfono y pedir permiso para que atiendan?
Habrán momentos para pedir autorizaciones, no digo yo que no, pero en una así que se te va la vida por la boca ¿ va usted que pedir permiso para que la atiendan? Pero es que estamos tontos o qué.

La cosa quedó ahí, no pudo rebatirme más. Se desestimó la factura y no volvieron a llamarme.

Qué buitres insensibles. Lo que hace la pasta, buagggg.

Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Miedo




Trajo el viento una semilla
-cálido viento en septiembre,
estación donde comienzan
los trigales a encenderse-.

Fue a caer sobre mi mano,
yo se la entregué a tu tierra
y los dos la alimentamos
hasta que brotó en la era.

Iban creciéndole hojitas
tan verdes como esmeraldas
-porque tu tierra es bendita,
porque mis manos son de agua-.

Al verla espigar hermosa
nos sorprendió un algo extraño:
Tuvimos miedo a la rosa,
amor que sangra en las manos.

Y en la tarde tormentosa
con el cielo por caer
sesgamos amor y rosa
por miedo a verlos crecer.

Resultado de imagen de imagenes de rosa mojada en blanco y negro

domingo, 10 de noviembre de 2019

Sensaciones

Un escalofrío recorrió mi cuerpo desde la nuca haciéndome temblar. Por momentos mi respiración comenzó a agitarse y mi piel se erizó. Jadeante ya y con los ojos cerrados, una descarga de energía interior me liberó en una gozosa explosión.
Por fin pude estornudar.

sábado, 28 de septiembre de 2019

El lugar de la codicia. Poema de Ana Bella L.Biedma


Te miro tan desde lejos
pero te miro tan cerca...
bajo los húmedos párpados,
como una niña traviesa
mira en el escaparate
un gran helado de menta
y se relame en silencio.

Te miro tras de las puertas
bajo el cristal del asombro,
aunque me pongas mil rejas
te miro. No hay más lugares
donde me lleven mis velas,
si tú te mueves, mi norte
contigo se mueve. Trepan
las ganas sobre mi cuerpo,
voraces enredaderas,
y me envenenan los labios
en arrebato y ausencia.

Te observo, pez taciturno
sin agua y sin sed. Me apremia
el deseo de estrujarte
hasta que sangren las piedras.

Te miro cuando sonríes
con ese rictus de niebla,
y cuando cierras los ojos
al borde de las estrellas.
Con ese gesto tan tuyo
de levantar una ceja
en ese segundo mágico
que se rompe la tristeza.
Te miro tan en silencio
como una estatua muy vieja
y espero, como tan solo
el mármol forja la espera.

Te codicia mi saliva
sobre el pensamiento, mientras
la carne se vuelve roca,
la roca se vuelve arena
y se la lleva la brisa.

Sobre tu espalda de absenta
he pintado con mis ojos
veinte pinturas de guerra
y con la lengua he borrado
toda la sed de la tregua.
He cincelado de espuma
la verde sal de tus huellas,
y se ha varado en tu orilla
hasta mi última madera.

Te miro hasta lo profundo
de esta profunda quimera.